Publicado el 11 de septiembre de 2011
Vaya por delante que lo que a partir
de este momento voy a decir, no es en absoluto de mi cosecha, sino
que procede de diversas fuentes que he consultado y que me han
parecido lo suficientemente serias como para, al menos, concederles
el beneficio de aceptarlas como dudosas o posibles, pero nunca
desestimarlas sin siquiera oírlas.
De entre ellas, la de un profesor
sevillano, uno de los más destacados historiadores contemporáneos,
cuyo nombre me reservo, porque asimismo lo hace él.
El nombre de Miguel de Cervantes va
unido, de manera indisoluble, al de Don Quijote de la Mancha,
teniéndosele por autor de las dos partes en que se divide la obra y
que fueron publicadas en 1605 y 1615.
Siento un poco de vergüenza al
confesar que leí el Quijote cuando estudiaba Bachiller y que para
escribir este artículo he tenido que releerlo a marchas forzadas,
aunque justo es decir que saltándome bastantes párrafos.
No sé por qué, siempre que aparece
una figura descollante, no falta quien quiera verle como a un
impostor y detrás de él, entre bambalinas, al verdadero genio, y
quiera demostrar que el que figura como tal no es más que un
aprovechado sin escrúpulo. Eso ha ocurrido y seguirá sucediendo,
pero en este caso voy a seguir los razonamientos de quien dice ser un
experto en la obra de Cervantes y que no asegura que tal apropiación
existiera, sino más bien que no considera muy posible que Cervantes
pudiera tener ni la cultura, ni el tiempo, ni la facilidad de
escritura necesaria para escribir, no ya el Quijote, sino muchas
otras de las obras que le están atribuidas. Para eso hace un estudio
exhaustivo de su vida.
Cuando Cervantes tenía tres años, su
padre, en la más absoluta ruina, se trasladó a Valladolid buscando
mejores horizontes; pero no puede hacer frente a su desastrosa
situación y termina encarcelado, cierto que por poco tiempo, pues
enseguida la familia se trasladó a Sevilla y luego a Córdoba, donde
residieron durante diez años. Allí empezó a estudiar el joven
Miguel lo que se denominaba entonces “latinidad”.
Cuando tenía veinte años, la familia
se va a Madrid y allí continúa los estudios con el famoso latinista
López de Hoyos, pero asistió a clases solamente algunos meses.
Y esa fue toda la formación académica
del insigne escritor. El resto lo debió aprender en la Universidad
de la vida, donde, desde luego, anduvo mucho.
Desde el año 1569, cuando huye a Roma
a consecuencia de haber participado en un duelo y herido gravemente a
un tal Antonio Segura, empieza su peregrinaje. Se sabe que en Italia
estuvo algo más de cinco años, sirviendo desde paje a soldado y,
según cita en sus obras, ha recorrido todas las ciudades importantes
a las órdenes de don Juan de Austria con el que toma parte en la
Batalla de Lepanto, donde perdió la movilidad del brazo izquierdo,
lo que le valió el calificativo que le acompañará toda la
eternidad.
Y algún estudioso de la vida y obra
del escritor puede preguntarse si en ese período tuvo tiempo para
leer, estudiar y aprender idiomas, además del italiano. Y de ser
así, de dónde sacaba ese tiempo ejerciendo de soldado profesional.
Esa clase de vida está muy documentada y los soldados no podían
tener casa, pues acompañaban a sus capitanes en un constante
deambular, viviendo en cuarteles o campamentos. ¿Dónde estudiaba, o
leía, en una época en la casi que no había bibliotecas públicas y
la sabiduría se concentraba en monasterios y palacios? No parece muy
probable que hasta ese momento su cultura le permitiera dominar todo
lo que demuestra en su novela.
Tras la famosa Batalla, cae prisionero
de piratas argelinos que lo conservan en cautiverio durante cinco
años, porque con él llevaba unas cartas de presentación para
importantes personajes de la época y los piratas piensan que puede
tratarse de una persona de realce por la que sacar un buen rescate.
Cinco años estuvo en la cárcel de Argel, donde tampoco parece que
se rodeara de las mejores condiciones para estudiar y escribir. Sin
tinta ni papel y con una sola mano para afilar las plumas, parece
complicado.
Cuando consigue por fin la libertad,
se traslada a la corte en donde ejerce de lo que entonces se llamaba
“pretendiente”, pues pretende un puesto de trabajo, un matrimonio
de conveniencia, etc.
Escultura
de Cervantes en la Biblioteca Nacional
Se casa con una joven de diecinueve
años a la que abandona poco después para entrar al servicio del rey
como recaudador de alcabalas en Andalucía. Doce años, hasta 1600,
recorriendo Andalucía, viviendo en posadas y casas de posta,
trasladándose con sus trebejos de recaudador y sin muchas
posibilidades de transportar libros en los que instruirse, ni
comenzar a escribir siquiera alguna de las obras menores que tanta
fama le proporcionaron.
Pero es que, además, en ese tiempo,
fue a la cárcel en cuatro ocasiones, por malversación de los fondos
reales, la última en Sevilla en 1597, en donde algunos estudiosos de
la obra cervantina, sitúan el comienzo del Quijote. Pero vamos a lo
mismo de antes: ¿Se puede en una cárcel de aquella época escribir
o leer? No es así al menos cómo la historia nos ha pintado las
mazmorras de todas las épocas.
Cuando abandona, o lo echan, de las
tareas de la recaudación, vuelve con su esposa que reside cerca de
Valladolid, en donde, según opiniones de los eruditos, tanto sus
hermanas, como ella misma, se dedican a la prostitución.
En cuatro años, tiene terminado y
publica la primera parte de su obra cumbre en la que se incluye una
especie de prólogo o dedicatoria, supuestamente escrita por el
propio Cervantes antes de imprimirse la obra, de una calidad
literaria tan distante de lo que luego se muestra, que cuesta trabajo
creer que ambas hayan salido de la misma pluma.
Si Cervantes escribió esa novela en
su época de recaudador, de cautivo, de soldado de fortuna, de huido
de la justicia o la de viajero impenitente, y es capaz de recordar
los nombres de tantos personajes como cita, las referencias
literarias a tantas obras clásicas y la ilustración que de su
lectura se desprende, sin tener unos estudios superiores, una
biblioteca, un archivo, una habitación de trabajo en donde tuviera
un estante en donde ir clasificando y guardando los manuscritos que
se amontonaban, viajando de un lado para otro con todo eso a cuestas
y sin poder descansar un momento de la ajetreada vida de aventurero
que siempre llevó, además de ingenioso, era fruto de un milagro,
porque, qué otra cosa sería el haber escrito la mejor novela de
todos los tiempos, en un español culto y pulido del Siglo de Oro de
las Letras, cuando tantas carencias adornaban su vida.
¿Cómo es posible citar a tantos
clásicos, con dominio de sus contenidos como hace el autor del
Quijote? Homero, Platón, Aristóteles, Cicerón Ovidio, Boscán,
Garcilaso, y muchísimos otros, desfilan por la páginas como si de
ordinario el autor estuviese al habla con ellos; o sus conocimientos
de la mitología griega, tan al gusto de aquella época de Oro. Y eso
por no citar la cantidad de libros de caballería que debió haber
consumido y estudiado para recordar hasta los más mínimos detalles
de todos sus personajes; o sus conocimientos de la historia de España
y las de Grecia y Roma.
Un erudito y estudioso de la obra de
Cervantes llamado Armando Cotarelo Valledor, hizo un trabajo de
chinos, recopilando todas las obras literarias a las que se hace
referencia en el Quijote. El resultado es escalofriante:
cuatrocientos veintinueve títulos. Con la dificultad que la lectura
tenía en aquella época, la escasez de los textos, todos escritos a
mano hasta la aparición de la imprenta, es difícil que una persona
de las características de Cervantes tuviese acceso a tal cantidad de
libros y mucho más que los poseyera para poder consultarlos, pues en
otro caso habría que pensar que los había memorizado, cosa por
demás improbable.
Una cosa más, en la obra “Cervantes
en el Quijote” que el Centro Virtual Cervantes tiene colgado en
Internet, se reconoce que lo que sabemos de la vida de don Miguel es
fruto de las investigaciones realizadas desde el primer tercio del
siglo XVIII y se relata una serie de biógrafos, junto con sus obras.
¡En ese momento, Cervantes llevaba ya un siglo muerto!
Quiere esto decir que no fue un
personaje tan público y notoriamente conocido como para que de su
vida y obras se tuviera noticias, sino que hubo de buscarlas
posteriormente. Alguien podría decir que eso mismo ocurre respecto
de muchos personajes de la historia, y es cierto, pero con estos
interrogantes, creo de justicia poder justificar la duda y luego, que
cada cual juzgue a su libre albedrío.
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