sábado, 30 de marzo de 2013

TRES MURALLAS FAMOSAS


Publicado el  1 de febrero de 2009




En el otoño del año pasado estuve unos días en Berlín. Yo no conocía la ciudad y realmente me causó una buena impresión. Además, tuvimos la suerte de disfrutar de unos días hermosos.
Provistos del natural guía, una chica jovencita que hablaba un español de lo más gracioso, recorrimos la ciudad, sus monumentos y museos, dignos de todo reconocimiento y “sufrimos” la cocina alemana.
Recomiendo a cualquier persona que vaya a Berlín que no deje de visitar el Museo de Pérgamo y de hacer el recorrido en barco por el Spree.
Pero lo que realmente impresiona de Berlín, incluso después de que ya no exista, es la muralla que durante décadas separó las dos partes de la ciudad. Todavía se conservan trozos que han quedado en pie para el recuerdo. Es para pensar detenidamente de qué manera una muralla puede condicionar la vida de las personas.
Y haciendo estas reflexiones, se me ocurrió hacer un recorrido por las murallas más famosas de cuantas existen. El itinerario es complicado, pues en España tenemos muchas y muy bien conservadas murallas. En Castilla, donde viví algunos años, cada ciudad que se precie, puede presumir de su recinto amurallado y algunas, como Ávila, exhibir sus murallas como un verdadero trofeo de la historia.
Pero, sin ánimo de ser excluyente, creo que las tres murallas que más han influido en su tiempo y en la historia en general son: La Muralla China, La Muralla de Adriano y El Muro de Berlín.
Así, colocadas en orden cronológico y no de importancia, hemos de empezar por la más antigua y la más grande. Tanto, que decían que era la única obra humana de La Tierra que podía observarse desde el espacio. Esto no resultó verdad, pero así se había hecho creer desde 1938, con la publicación de un libro del periodista Halliburton llamado Segundo libro de las Maravillas y en el que se aseguraba tal cosa. No fue hasta que los viajes espaciales pusieron al hombre en órbita, cuando se comprobó la falsedad de tal aseveración.
La Gran Muralla China, no es una muralla; en realidad son muchas murallas que fueron construidas por los señores feudales en los siglos IV y III antes de nuestra Era. La finalidad de las murallas que los poderosos señores de la guerra construían, era la de defenderse entre ellos y defenderse de las hordas del norte: mongoles, hunos y otros pueblos nómadas que entraban en correrías por toda China apoderándose de cuanto les caía a mano, sobre todo del ganado. Esta parte de la historia de China se conoce como de Los Reinos Combatientes y ocupa más de dos siglos hasta que en 221 antes de Cristo, la dinastía Quin, consiguió unificar el país. Fue en ese momento cuando el emperador comprendió la utilidad de las Murallas y decidió unir todos los trozos que cada señor feudal había construido, consiguiendo una muralla de dimensiones extraordinarias.
Pero no terminó ahí la construcción de tan inmensa obra pues, por más de mil años, los sucesivos emperadores la fueron aumentando. Fue la dinastía Ming, famosa por las porcelanas, que gobernó el país hasta el siglo XVII, la que hizo las mayores obras, quedando como se conserva en la actualidad.
Aunque era una obra de defensa, tenía otros usos, pues entre sus almenas se construyó una calzada de casi cinco metros de ancho, por la que transitaban los ciudadanos con sus carros y sus animales.
La obra es de unas dimensiones que asusta. Tiene casi siete mil kilómetros de longitud que recorren desde la frontera con Corea, por el Este, hasta el desierto de Gobi, en la China central. No siempre su trazado es en línea y muchas veces se ramifica aglutinando los trozos aislados construidos en sus principios.
Su altura oscila alrededor de los ocho metros y su anchura es de seis metros en su base y entre cuatro y cinco en la calzada superior. Está totalmente almenada y cada cierta distancia tenía unos fortines defensivos que a la vez eran torres de vigilancia que se usaban como una especie de telégrafo óptico, para dar aviso ante las invasiones o cualquier otro peligro. Para el pueblo chino, circular por la Muralla era muy cómodo y seguro, a salvo de bandidos y salteadores de caminos que solían actuar en las encrucijadas y parajes desiertos.
Los materiales para su construcción eran los que más a manos se tenían y así se confunden las piedras calizas, con los granitos, ladrillos y cualquier material útil. La técnica empleada en su construcción era formando dos paramentos de anchura considerable, entre los que se hacía un relleno de tierra, escombros e incluso los cuerpos de los obreros y las bestias que sucumbían ante el agotador trabajo.

La Gran Muralla con torre de defensa, cerca de Pekín

Sobre esta muralla y el fanatismo de un pueblo como el chino, pesa el haber sido la chispa que incendió una revolución conocida como la de los Boxer, ocurrida en China, contra las embajadas extranjeras en el verano de 1900.
El hecho, en el que se inspira la famosa película 55 en Pekín, fue un alzamiento popular contra los extranjeros y sus embajadas que se inició el 22 de junio de aquel año como consecuencia de que se propagó la noticia de que una empresa de construcciones de Nueva York había desplazado a China a una comisión de expertos con la misión de estudiar la demolición de la famosa muralla, dando así inicio, de una manera simbólica, a la apertura del país al resto del mundo.
La noticia que desató aquella sangrienta revuelta no era más que un bulo inventado por cuatro periodistas de Denver de visita en China que acordaron publicarla en los cuatro periódicos de su ciudad. Las agencia de prensa la distribuyeron al mundo entero con el funesto resultado ya expuesto.
La otra muralla, mucho más desconocida, es la de Adriano, entre la actual Inglaterra y el País de Gales.
Desconocida a efectos generales, tuvo una importancia extrema en la vida de la naciente Britannia, nombre con el que los romanos designaron a la isla que conocemos como Gran Bretaña. La muralla de Adriano suponía el fin del territorio en el que se ejercía la denominada Pax Romana y el comienzo de la tierra de tinieblas, del mundo de los bárbaros, los pueblos indómitos que asediaban constantemente a Roma y que terminaron por hacerla sucumbir.
Bárbaro no quiere decir otra cosa que extranjero, no lo que a veces pensamos que esta palabra expresa y extranjero era todo aquel que no era cívites (ciudadano romano). Por tanto, había mucho más extranjero que ciudadano romano, como es natural, aunque Roma significaba todo el mundo civilizado.
Adriano, quizás el mejor emperador que tuvo el Imperio, nació en España, en Itálica, en enero del año 76 para ser más concreto. Pertenecía a la familia de los Antoninos, que llegó al “imperium” primero con Nerva, luego con Trajano, otro hispano, después con Adriano y más tarde con Antonino Pío. Fue la más brillante saga de emperadores y contó con alguno de la altura de Marco Aurelio, tenido por persona sabia.
Adriano visitó la Isla de Britannia en 122 y pudo comprobar el enorme desgaste que acarreaba a su ejército las constantes escaramuzas con los bárbaros del norte. Para consolidar la posición, mandó construir una muralla que dividiese la isla en dos, desde el estuario del río Tyne, en el Mar del Norte, por el Este, hasta el Golfo de Solway, en el Mar de Irlanda, por el Oeste.
Ciento diecisiete kilómetros de muralla en la parte más angosta de la isla que estaba bajo dominio romano. Ciento diecisiete kilómetros de sillares de piedra, formando un muro de entre dos y medio y tres metros de ancho y casi cuatro de altura en algunos puntos.
La muralla se construyó en diez años y al obstáculo físico que ya suponía, se le agregó un foso por la parte norte y una calzada por el sur, además de que fue jalonada de fortines en los que se alojaban las guarniciones que defendían el “limes”.

Muralla de Adriano

Su capacidad defensiva fue pronto reconocida y asumida por el sucesor de Adriano, Antonio Pío que ordenó levantar otra muralla ciento sesenta kilómetros más al norte. Esta nueva muralla se construyó entre los años 140 y 142 y tenia solamente cincuenta y ocho kilómetros. En teoría, paralela a la de Adriano, llegaba desde el estuario del río Clyde, cerca de Glasgow, en el Mar de Irlanda, hasta el del río Forth, en el Mar del Norte.
Su construcción no fue igual de sólida que la Muralla de Adriano. Ésta se hizo con tierra prensada y algunos elementos sólidos para compactarla. Se incluyeron el foso y la calzada, pero en ningún caso proporcionaba la protección que su hermana del sur ofrecía.
Al morir Antonio Pío, en 164, fue abandonada y los defensores se replegaron en la antigua Muralla de Adriano.

Mapa en el que se aprecia el trazado de ambas murallas

La muralla se conservó bien en algunos trozos, pero gran parte de ella fue desmontada por los vecinos de las zonas, que con sus sillares, construyeron sus propias casas.
En 1987 fue declarada Patrimonio de la Humanidad, lo mismo que la Muralla China. Es muy visitada y dicen los británicos que lo que el tiempo y las guerras no fueron capaces de destruir, lo están consiguiendo los turistas.
La tercera no merece el nombre de muralla, es más bien un muro y no constituye ninguna obra de la que nadie se pueda sentir orgulloso.
Después de la reunión de Viena entre Kennedy y Kruschev, mandatarios americano y soviético, respectivamente, se vio claramente que la entonces URSS no deseaba terminar la Segunda Guerra Mundial. Se había declarado la Guerra Fría y en ella se iba a permanecer por espacio de mucho tiempo. El centro de todo el conflicto estaba en Alemania, en su capital, Berlín, ocupada por las fuerzas del Pacto de Varsovia, por un lado y la de las potencias aliadas por el otro (Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña).
Berlín está dividido en dos zonas, pero la permeabilidad de la frontera hace que desde la República Democrática, nombre con el que se conoce a la Alemania ocupada por la URSS, la fuga de personas hacia el otro lado, la República Federal, sea constante.
El doce de agosto de 1961, el Consejo de Ministros de la RDA, aprobó la construcción de un muro que separase ambas zonas de la capital. En la noche del doce al trece, es decir, ese mismo día, se construyó el muro en su totalidad, dejando algunos puntos abiertos, pero fuertemente protegidos por la Policía y el Ejército. Ciento doce kilómetros de muro de cemento de tres metros y medio de altura y coronado de alambre de espinos, no es obra baladí.
En realidad el Muro de Berlín no era sino la desfachatez provocadora de extender el llamado Telón de Acero, que enmarcaba a los firmantes del Pacto de Varsovia y que nosotros llamábamos Países Satélites, hasta las mismas narices de los que fueron aliados de URSS y que ahora estaban enfrente.
Los servicios secretos alemanes tenían constancia de que algo se fraguaba y dos meses antes, el quince de junio, Walter Ulbricht, Presidente del Consejo de Estado de la RDA, a preguntas de una periodista acerca de la posible separación definitiva de las dos zonas de Berlín, negó tajantemente dicha afirmación, manifestando que: “nadie tiene la motivación de erigir un muro”. Fue el primero en usar la palabra.
Quince mil soldados del Pacto de Varsovia se desplegaron en la frontera, esperando un posible ataque aliado, que no se produjo ni entonces, ni nunca.
Construir el muro en una noche supone una planificación larga, un desplazamiento de material y mano de obra, una logística importante y una intendencia aún mayor.
Pero ni siquiera el muro fue capaz de cortar las fugas de personas ansiosas de libertad. Coronado de alambre de espino, fue asaltado en numerosas ocasiones y aunque no hay estadísticas sobre el paso clandestino de personas, por razonas obvias de seguridad que en la fecha se observaban, muchos fueron los que lo consiguieron. Recuerdo, como si lo estuviera viendo, una filmación de los años sesenta en las que se veía a una mujer joven correr hacia el hueco que en las alambradas habían practicado unas personas que deseaban fugarse, alguna de las cuales ya se veían al otro lado. La chica corría contra los alambres y se colaba por el hueco, no sin engancharse terriblemente en muchas de las púas que le destrozaron la cara y otras partes de su cuerpo. La desesperación de aquella persona por alcanzar la libertad, dio varias veces la vuelta al mundo.
El muro fue retocado en varias ocasiones, sustituyéndose en parte por placas de hormigón armado, prefabricadas, pero ni el más resistente de los cementos consiguió mantenerlo en pie y la noche del nueve al diez de noviembre de 1989, fue simbólicamente abatido.
La Perestroika de Gorbachov dio el pistoletazo de salida y al aflojar la presión ejercida por la URSS, la descomposición de los regímenes totalitarios del Este no pudo aguantar más y tras caer Polonia, la primera de todas ellas, gracias al movimiento obrero Solidaridad, lo hicieron Hungría, Alemania del Este, Bulgaria, Checoslovaquia, Rumanía, Albania, Yugoslavia (por ese orden), que formaban los llamados Países Satélites, y el largo etcétera de las Repúblicas que conformaban la URSS (Letonia Estonia, Lituania, Georgia, Moldavia, Ucrania…).
Se acabó la Guerra Fría y se volatilizó el Comunismo.
También van turistas a contemplar el Muro y, el que puede, se trae un trae un trozo a casa. En la librería que tengo situada frente a la mesa en la que escribo, hay una fotografía de mi mujer delante de uno de los trozos del muro que continúan de pie y una piedra arrancada de aquella infame pared, a los pies de la fotografía.

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