Publicado el 29 de agosto de 2010
La primera vez que en una batalla
naval intervinieron los famosos galeones españoles, fue en la
Batalla de la Isla
Terceira, un éxito tan
grande para la Armada Española, como desconocido ha resultado este
combate naval, celebrado el día 26 de julio de 1582, cerca de la
llamada Isla Terceira, del Archipiélago de las Azores.
Una flota española compuesta por
treinta y seis buques al mando de don Álvaro
de Bazán, Marques
de Santa Cruz, venció
a una escuadra de sesenta buques mercenarios franceses y seis mil
soldados capitaneados por Philippe
Strozzi.
Pero ¿por qué se produce esta
batalla naval entre dos países que no están en guerra? ¿Por qué
es tan desconocida esta batalla?
En ese momento, efectivamente, Francia
y España no están en guerra, aunque lo habían estado antes y lo
estarían después, pero las que se pueden considerar las dos
potencias mundiales del momento, se miran permanentemente con recelo.
Se acababa de dar una circunstancia
histórica que a Francia había producido una tremenda urticaria y es
que el cuatro de agosto de 1578, en la batalla de Alcazarquivir,
había muerto sin descendencia el rey Sebastián
de Portugal, sobrino
del rey español Felipe
II, el cual, por ser la
línea más directa, aspira al trono de Portugal lo que lo
convertiría en el monarca más poderoso del momento.
La nobleza portuguesa no ve con buenos
ojos la unión de los dos países y al trono luso le sale un
pretendiente, Antonio,
el Prior de Crato,
orden religiosa creada a mediados de siglo por los Caballeros de la
Orden de Malta en la villa portuguesa de ese nombre, situada cerca de
la frontera con España y a la altura geográfica de Valencia de
Alcántara. Antonio,
hijo bastardo del Infante don
Luis, prior de la Orden
de San Juan y de una judía conversa, se autoproclama rey de Portugal
con el nombre de Antonio
I, en un acto de
aclamación popular en la ciudad de Santarem.
Felipe II,
que observa sin descuidar nada, envía un poderoso ejército al mando
del Duque de Alba,
que se enfrenta a las tropas de Antonio
I y a las que derrota
en la batalla de Alcántara.
Antonio tiene que huir y empieza a recorrer cortes europeas en busca
de apoyo, para al final recalar en las Islas Azores, en donde se
refugia y continúa con sus maquinaciones.
Se ha llevado un fabuloso tesoro y
tiene muchas otras cosas que ofrecer: las propias Azores, Madeira, el
reino de Brasil; así es como consigue el apoyo, aunque subrepticio,
del rey francés, Enrique
III de Valois, al que
promete regalarle el Archipiélago de las Azores si le ayuda a
recuperar el trono de Portugal. Entre ambos llegan al acuerdo de que
el rey francés ayudará a las pretensiones del Prior
de Crato con una
escuadra mercenaria que se podrá a las órdenes del Condottiero
Strozzi, un noble
florentino emparentado con la madre del rey francés, el cual no
puede enfrentarse directamente con su rival español pero no por esa
razón va a dejar de pasar una oportunidad como aquella y haciendo
ver al mundo que no es una escuadra francesa, hace la vista gorda y
permite que los barcos zarpen el dieciséis de junio de 1582, del
puerto de Le Palais en Belle Île, una isla cercana a la costa
francesa de Bretaña y se hace a la mar rumbo a las Azores, a donde
llega un mes más tarde.
Felipe II encarga
al Marqués de Santa
Cruz, encumbrado por su
decisiva y brillante participación en la batalla de Lepanto,
que prepare una flota para atacar las islas Azores, refugio del
depuesto Antonio I
y el Marqués, en Lisboa y Cádiz, comienza a formar una escuadra en
la que por primera vez entran en línea unos nuevos barcos conocidos
como galeones.
Álvaro
de Bazán, Marqués de Santa Cruz
Aunque el galeón ya existía,
conjugando remos y vela, no es hasta esta ocasión, en el año 1582,
cuando se incorpora a la línea de combate de la armada de un país.
El galeón, en la concepción que a partir de ese momento se tiene,
es un barco netamente español que se diseñó para cubrir la
necesidad que presentaban los barcos que iban al Nuevo Continente, de
fusionar la carga, la potencia de fuego y la maniobrabilidad y así
apareció este buque, mezcla de carabela y carraca. Ya no llevaba
remos y era impulsado solamente por la fuerza del viento, los puestos
de los remeros los ocupaba la artillería que se podía colocar en
una, dos y hasta tres cubiertas.
Maqueta
del galeón San Martín
El galeón San Martín,
cuya maqueta se ha utilizado para ilustrar este relato, era la nao
capitana de la Armada Española y buque insignia de don Álvaro
de Bazán. Era un barco
construido en 1567 en Portugal que en 1580 pasó a pertenecer a
España. Desplazaba mil toneladas, tenía treinta y siete metros de
eslora y montaba cuarenta culebrinas de distintos calibres y doce
cañones. Su tripulación estaba compuesta por ciento diecisiete
marineros y trescientos soldados.
Los espías reales habían detectado
los movimientos que el depuesto rey portugués estaba haciendo en las
cortes europeas, tradicionalmente enemistadas con España: Francia,
Inglaterra y Holanda, fundamentalmente; y sabían que el rey francés
estaba decidido a ayudar al portugués en sus pretensiones de
recuperar el trono, para lo que le estaba preparando una escuadra de
mercenarios que protegería el archipiélago de las Azores, para
posteriormente atacar directamente Portugal. Por esa razón se ordena
preparar una escuadra poderosa con la que hacer frente a los
franceses y así, el diez de julio de 1582 zarpa de Lisboa la
escuadra conjunta hispano-lusa, compuesta por treinta y seis barcos,
que no espera a otra flota de 15 navíos que se ha preparado en
Cádiz, al mando de almirante Juan Martínez de Recalde.
Nada más salir a mar abierto se meten
de lleno en una tempestad tan fuerte, como impropia de la época del
año que dispersa la flota y obliga a cuatro navíos a regresar a
puerto, entre ellos la nao Anunciada en donde viajan a manera de
hospital de campaña, todo el personal médico, los medicamentos y el
instrumental, dejando así desasistida a toda la flota.
El resto de la escuadra consigue
reagruparse y continúa camino de las Azores a donde llegan el día
veintidós, fondeando cerca de Villa Franca do Campo, al sur de la
Isla de San Miguel o Isla
Terceira, la segunda en
tamaño de las nueve que componen el archipiélago. El almirante
envía a uno de sus capitanes, don Miguel
de Oquendo a que
realice una descubierta para localizar a la flota francesa a la que
encuentra fondeada en las inmediaciones de Ponta Delgada, unos veinte
kilómetros al Oeste y en donde contaron cincuenta y seis barcos.
Aunque Strozzi
tenía casi el doble de barcos que el Marqués
de Santa Cruz, los
navíos españoles eran mas grandes y con mayor potencia artillera,
lo que hace que don Álvaro
de Bazán no se lo
piense dos veces y tras convocar a sus capitanes, deciden rápidamente
ir al encuentro de los franceses, que advertidos de la presencia de
la flota española, salen a alta mar.
Cuando las dos escuadras se
encuentran, los españoles adoptan una línea de ataque que les ha
funcionado muy bien hasta entonces y que consiste en colocar a la
nave capitana al centro y las embarcaciones más poderosas a ambos
lados, para dejar en las puntas del ataque a los barcos más ligeros,
pero también más vulnerables.
El viento, imprescindible en aquella
batalla a mar abierto, que también pasará a la historia porque en
ella se iban a enfrentar el mayor número de barcos de cuantas
batallas se habían celebrado hasta ese momento, se mostró
caprichoso desde el principio y cuando estaba favoreciendo a los
franceses que lo tenían a popa, cayó de manera total en una calma
angustiosa que impedía cualquier maniobra de los barcos que con las
velas caídas, esperaban un poco de aire para lanzarse a la lucha.
También era la primera vez que se
daba una batalla naval en la que casi todos los barcos dependían del
velamen, salvo algunas galeazas españolas con cincuenta cañones,
propiedad de Álvaro de Bazán que combinaban la vela y los remos.
La situación se prolongó por tres
días, en los que, aparte de algunas escaramuzas entre los barcos
franceses que intentaban acercarse a las embarcaciones españolas que
formaban al final de la línea y que fueron sistemáticamente
repelidas, no se produjo ningún enfrentamiento, pero los nervios
afloraron de tal manera que a veces la emprendían a cañonazos, aun
sabiendo que las naves contrarias estaban fuera del alcance. De esa
manera, la tarde del segundo día y tras una escaramuza con la que
los franceses trataron de atacar la retaguardia española y que fue
repelida por los galeones San
Martín y San
Mateo que consiguieron
virar y hacer frente a los franceses, una bala de cañón francés
alcanzó uno de los barcos españoles, abriéndole una vía de agua.
La noche del día 24, aprovechando la
oscuridad y una leve brisa, la flota española consiguió burlar a la
francesa y colocarse a sus espaldas y con el viento a favor,
obligando a la escuadra francesa a virar en redondo y tener el viento
de cara.
Nuevamente la escuadra española formó
en línea de ataque y cuando se disponían a lanzarse contra los
franceses, el galeón que mandaba el Capitán General de Armada don
Cristóbal de Eraso,
por una repentina racha de viento, rompió el palo mayor, quedando en
muy mala disposición para ayudar a la nave capitana.
El desarrollo de la batalla puede
leerse en cualquier libro sobre historia naval española, incluso en
publicaciones de revistas de la marina y no es el objetivo de este
modesto artículo, pero el resultado final es que la flota de don
Álvaro de Bazán cosechó una gran victoria, capturando la nave
Saint Jean Baptiste,
buque insignia del condottiero
Strozzi, el cual
falleció en la lucha. Los barcos franceses se pusieron en fuga tan
pronto vieron el cariz que tomaban los acontecimientos y la escuadra
española puso cerco a la Isla Terceira, si bien, y eso se le criticó
notablemente al Marqués de Santa Cruz, no desembarcó a las tropas
de infantería que llevaban a bordo, para haber tomado la isla y
sometido al Prior de
Crato.
Posiblemente el mal tiempo fue la
causa de no decidir el desembarco, así como también la falta de
barcazas de fondo plano para acercar hasta la playa a los infantes,
lo cierto es que la escuadra volvió a Lisboa en donde reparó las
averías sufridas en el combate y un año después, volvió a las
Azores, desembarcando a la infantería y poniendo a todo el
archipiélago bajo el dominio del rey Felipe
II.
Es inexplicable que esta batalla que
ha marcado un hito importante en la historia naval de España y de
Europa, haya pasado tan desapercibida, máxime cuando supuso una
victoria española que consolidó la unión de los reinos de España
y Portugal en la persona de Felipe
II que en ese momento
se convierte en el emperador más poderoso de cuantos hayan existido.
Es también el primer enfrentamiento de los buque conocidos como
galeones, es la batalla en alta mar en la que más barcos han
participado, y por último, es la primera vez en la historia en la
que se aprecia el uso de la Infantería de Marina, que va embarcada
en las naves, dispuesta para el desembarco.
Lo mismo que con otra guerra, la de la
Oreja de Jenkins, en la que derrotamos estrepitosamente a una
poderosísima armada inglesa, hemos dejado pasar el acontecimiento
sin casi reflejarlo en nuestros libros de historia.
El Marqués
de Santa Cruz fue un
personaje militar de tremendo calado en la España de aquella época
que mereció que Lope de
Vega le dedicara estos
versos:
El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
y en todo mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
por la cruz de mi apellido
y con la cruz de mi espada.
en la Tercera el francés,
y en todo mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
por la cruz de mi apellido
y con la cruz de mi espada.
Efectivamente. Pero no solo eso. Las islas Azores estaban muy fortificadas, altamente protegidas y se consideraban inexpugnables en la epoca, hasta que la tambien ilustre y novedosa infanteria de marina española la tomo con gran arrojo.
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