Publicado el 12 de septiembre de 2010
De todos los virreyes del Perú fue,
sin lugar a dudas, don Francisco
de Toledo, quinto
Virrey, el más organizador, la cabeza mejor preparada y el más
interesado en legislar. Fue su preocupación principal encontrar una
justificación moral que diese cobertura a la conquista española del
Imperio Inca y la encontró en la crueldad con que los incas habían
ocupado aquellas tierras que en principio no le pertenecían.
Para dar forma legal a esa débil
justificación, encargó al capitán Pedro
Sarmiento de Gamboa que
escribiese una historia de los habitantes de aquel territorio, e
hiciese una amplia descripción del mismo.
Sarmiento de Gamboa,
era un hombre realmente culto e inteligente; capitán de ejércitos,
marino, cosmógrafo, geógrafo, historiador e inventor, acometió la
tarea con verdadera pasión y durante cinco años acompañó al
Virrey Toledo
en una extensísima visita por todo el país.
Fruto de su trabajo fue un tratado en
tres tomos, el segundo de los cuales y el que nos interesa para esta
historia, lleva por título Historia
de los Incas.
Contó Sarmiento
de Gamboa con la
inestimable colaboración del pueblo inca que, a falta de escritura
con la que perpetuar sus tradiciones había adquirido la costumbre de
transmitir verbalmente sus historias, obligando a los jóvenes a
aprenderlas de memoria.
Un hecho que Sarmiento
narra en esa Historia de los Incas es lo que realmente interesa a
este relato.
Ya Marco
Polo y Cristóbal
Colón habían soñado
con las míticas Islas
Ophir; unas islas en
donde la riqueza rezumaba y en las que el también mítico rey
Salomón,
se aprovisionaba de los tesoros que le habían hecho un rey tan
poderoso. Formaba esto una leyenda antigua que dormía plácidamente
en el baúl de los recuerdos, pero al profundizar Sarmiento
en las tradiciones de los incas, encontró algunos relatos que le
intrigaron y los que plasmó en su crónica. Le contaron los incas
que existían unas misteriosas islas en el centro del inmenso Océano
Pacífico que estaban repletas de oro. No faltó de inmediato quien
pusiera en relación ambas leyendas: las islas de Salomón
y las de los incas.
Pero no fue Sarmiento
el único español que tenía noticias de esas islas.
Algunos años antes, había llegado al
Perú un navegante y cartógrafo llamado Álvaro
de Mendaña, el cual
era sobrino de Lope
García de Castro,
presidente de la Audiencia de Lima y en ese momento, mediados de
1564, también Virrey interino del Perú, por la muerte en extrañas
circunstancias del cuarto Virrey Diego López de Zúñiga, cuyo
esclarecimiento era una de las consignas que recibió del propio
Felipe II cuando lo envió al Nuevo Continente.
Álvaro de Mendaña
conoció la leyenda de aquellas islas y con la anuencia de su tío y
empeñando en la empresa toda su fortuna, consiguió fletar dos naves
llamadas Todos los Santos
y Los Reyes,
de doscientas y trescientas toneladas respectivamente, capitaneadas
por Pedro Sarmiento de Gamboa y Pedro de Ortega. A bordo de ambas
iban ciento cincuenta hombres, entre marineros, soldados, una
veintena de esclavos y cuatro frailes franciscanos y se hicieron a la
mar, desde el puerto de Lima, el día 20 de noviembre de 1567. El
objetivo del viaje era descubrir las tierras que se conocían como
“Terra Australis
incógnita”, La
Tierra desconocida del Sur, que desde Aristóteles
y Ptolomeo
venían incluyéndose en los mapas que los cartógrafos dibujaban a
su libre albedrío, pensando que algún día se descubriría.
El día siete de febrero del año
1568, la expedición de Mendaña
llegó a una isla en la que desembarcaron y que bautizaron como Santa
Isabel.
Era la primera isla descubierta de lo
que actualmente conocemos como las Islas
Salomón, un
archipiélago de casi mil islas e islotes, en el centro del Océano
Pacífico, casi a la misma latitud que Perú, de donde habían
partido y entre Nueva Guinea y la punta más septentrional de
Australia.
La expedición de Mendaña
se dedicó a explorar las islas cercanas, descubriendo y bautizando a
treinta y tres islas.
Entre ellas descubrieron una a la que
pusieron por nombre Guadalcanal
en homenaje al pueblo de la provincia de Sevilla del que era oriundo
Pedro de Ortega Valencia
que mandaba una de las naves. En el diario de navegación de este
sevillano tan desconocido como aguerrido navegante, al que acompañaba
un hijo llamado Jerónimo, puede leerse que fue otro paisano, un
tarifeño por nombre Juan
Trejo, quien el quince
de enero de 1568, cuando ya estaban desesperados de no hallar tierra
en la que abastecerse, divisó una isla a la que pusieron el nombre
de su Guadalcanal
de nacimiento.
Álvaro
de Mendaña
Permanecieron durante bastante tiempo
en aquellas islas, de clima agradable y que debía darles lo
suficiente para el sustento de toda la tripulación. Tomada buena
nota de la posición de las isla que habían explorado y de las otras
por las que pasaron e incluso desembarcaron, regresaron al
continente, haciendo la ruta que seguía el Galeón de Manila, que
recalaba en el puerto de Acapulco. La expedición rindió viaje en el
puerto de El Callao, en Perú, el día 22 de julio de 1569, veinte
meses después de su salida.
No habían descubierto la Terra
Australis, ni las islas
donde el oro se recolectaba como un maná, pero sí unas islas que
había que colonizar, so peligro de que los piratas ingleses llegasen
hasta ellas y se adelantasen a los españoles, sentando las bases
para atacar después a las colonias del Pacífico, sobre todo las
Islas Filipinas.
Pero hubieron de pasar veinticinco
años antes de que Álvaro
de Mendaña pudiese
realizar su segundo viaje y es que su tío, García
de Castro había
fallecido y ya no contaba con su inestimable apoyo.
Y es aquí cuando entra en esta
historia la persona que le da título: La
Almiranta.
Alrededor del año 1585, llegó al
Perú, una familia de adinerados gallegos compuesta por Francisco de
Barreto su esposa e hijos, la cual pretendía consolidar en las
Américas su ventajosa posición social y económica. Entre los hijos
del matrimonio se encontraba Isabel
de Barreto, joven
veinteañera que había heredado de su padre su carácter recio y su
afición a los viajes.
Allí, en Lima, y muy próximos al
Virrey, don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, la
familia Barreto inicia su vida social en la capital, conociendo a
toda clase de personas importantes de la época y entre las que se
encuentra Álvaro de
Mendaña.
Fascinada la joven Isabel por las
aventuras que cuenta el marino, que a la sazón le duplica la edad,
cae rendida en sus brazos y accede a casarse con él, y su padre
aportará la dote necesaria para realizar un nuevo viaje en busca de
las míticas islas del rey Salomón, pero con la condición de que
ella acompañará a su marido.
El matrimonio se celebra en 1586 pero
aún tardarían unos años en poder iniciar la expedición.
Álvaro de Mendaña
contaba con una real cédula que le nombraba Adelantado
de las tierras que se descubrieran en el Pacífico, lo que le
confería la cualidad de jefe supremo de la expedición, la cual se
hizo por fin a la mar el 16 de junio de 1595 y estaba compuesta por
cuatro navíos: San
Jerónimo, nave
capitana, mandada por Pedro Fernández de Quirós; Santa
Isabel, nave almirante,
mandada por el capitán Lope de Vega, cuñado de Isabel y que se
perdió en la mar el siete de septiembre de aquel año; la San
Felipe, una galeota
pequeña, capitaneada por su propietario Felipe Corzo que desaparece
el diez de diciembre del mismo año y por último la fragata Santa
Catalina, capitaneada
por su propietario Alonso de Leyva, que también desaparece el
diecinueve del mismo mes.
Trescientos setenta y ocho hombre y
noventa y ocho mujeres y niños, además de algunos esclavos, se
embarcaron en la expedición que mandaba Álvaro
de Mendaña y de la que
era piloto Pedro
Fernández de Quirós,
quien desde el principio empezó a tener fuertes enfrentamientos con
Isabel de Barreto,
con el Adelantado Mendaña
y con los tres hermanos de Isabel que también iban en la expedición.
La primera tierra que descubrieron fue
una isla a la que pusieron por nombre Magdalena y que pronto
comprendieron que no era la tierra buscada. Esta isla formaba parte
de un archipiélago al que bautizaron como Islas
Marquesas, en honor de
la esposa del Virrey del Perú, Marqués de Cañete.
Continuaron el viaje y encontrando
constantemente islas o islotes, a los que no se podían acercar a
causa de los arrecifes coralinos que los rodeaban y así, fueron
consumiendo las provisiones de agua y leña que llevaban, lo que
produjo cierta desazón entre la tripulación que además, siempre
había creído que irían directamente a las Islas
Salomón, donde les
esperaban las prometidas riquezas de que les hablara Mendaña.
En una espesa niebla, el siete de
septiembre, perdieron de vista a la nave almiranta, la Santa
Isabel y jamás se
volvió a saber de la nave ni de su tripulación.
Arribaron luego a otras islas, pero en
ninguna el oro y las perlas se encontraban esparcidas por el suelo,
como era contado en la habladuría popular y la tripulación inició
algunos intentos de rebelión y mostraba sus deseos de volver de
inmediato al Perú.
Para mayor dificultad, Álvaro
de Mendaña cayó
enfermo de malaria e, incapaz de tomar decisión alguna, declinó en
su esposa la responsabilidad del cargo de Adelantado.
Un motín encabezado por un tal Marino
que acabó asesinado por los hombres de Mendaña,
fue la chispa que hizo saltar en pedazos el buen fin de la expedición
y así, el día diecisiete de octubre, el Adelantado
hizo testamento a favor de su esposa, Isabel
de Barreto a la que
nombraba gobernadora de todas las tierras que se descubriesen y al
hermano de ésta Lorenzo, Almirante de la expedición.
A la una de la tarde del día
siguiente, moría Álvaro
de Mendaña y unos días
después, el dos de noviembre Lorenzo le seguía al otro mundo,
víctima de una flecha de los nativos de una de aquellas islas.
La muerte de su hermano convirtió a
Isabel
en Almiranta,
a la vez que Gobernadora.
Enfrentada mortalmente con Fernández
de Quirós, poco
quedaba por hacer a la Almiranta,
salvo abastecerse de agua y víveres y regresar y eso hicieron,
ordenando al piloto que tomase el rumbo a las Islas
Filipinas a donde
llegaron el dieciocho de noviembre de aquel infausto 1595.
Poco después y antes de aproximarse a
las Filipinas, se perdieron la fragata Santa
Catalina y la galeota
San Felipe
y la situación a bordo de la San
Jerónimo se hace
intolerable, faltando el agua y los alimentos, muriendo los
tripulantes y pasajeros de escorbuto y malaria, mientras la
Almiranta,
a la vista de todos, lavaba diariamente sus vestidos con agua limpia
que conserva en su cámara, guardada bajo llave, en donde también
tenía aceite, harina y otras vitualla, así como dos cerdos que no
consiente en sacrificar para dar de comer a la tripulación.
Las cosas se ponen muy mal, pero la
Almiranta
no se arredra ante nada y constantemente invoca su condición de
Gobernadora,
pero las cosas llegan a ponerse tal mal que si nos es porque avistan
la Isla del Corregidor
que está a la entrada de la bahía de Manila,
es posible que allí hubiesen terminado sus cuitas.
Tuvo fortuna a la postre la Almiranta
y en Filipinas,
fue recibida como una heroína, hasta tal punto que, como muchas de
las mujeres durante la expedición se habían quedado viudas, y dada
la escasez de féminas en el archipiélago, se volvieron a casar,
como hizo la Almiranta,
con un primo de Luis
Pérez das Mariñas
Gobernador de las Islas, llamado Fernando
de Castro, joven y
apuesto capitán, con el que emprendió regreso a Perú en la misma
nave capitana San
Jerónimo con la que
iniciara el viaje.
El matrimonio tuvo varios hijos y
siguió pleiteando por licencias reales para explorar las islas del
Pacífico que formaban la mítica Terra
Australis, pero no
consiguieron obtener las reales cédulas que sí se concedieron a
Pedro Fernández de
Quirós, el piloto de
aquella malhadada aventura exploradora.
De Isabel
de Barreto se cuentan
muchas historias todas espeluznantes y se la describe como una mujer
de extremada crueldad, cosa que es innegable, pues llegó a condenar
a la horca a un marinero que, azuzado por el hambre de él y de su
familia se arrojó a la mar para nadar hasta una isla cercana y
volver con un cargamento de cocos, contra la prohibición de la
Almiranta
de abandonar la nave bajo cualquier pretexto.
Fue la primera mujer Almirante de
Armada de España y muy posiblemente, la única, al menos yo no
conozco otro caso.
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