Publicado el 9 de octubre de 2011
Se dice como si de un tópico se
tratara, pero es la pura verdad y es que la realidad supera a la
ficción.
Este que voy a contar es uno de esos
casos flagrantes.
En 1872, por “entregas”, que era
la forma en que entonces se conocía esa manera de editar y que ahora
diríamos por fascículos, publicó el gran escritor francés y
maestro de la ficción, Julio
Verne, su novela “La
vuelta al Mundo en 80 días”.
En ella se relata cómo un flemático
caballero inglés llamado Phileas Foog, por una absurda apuesta con
unos amigos en el Reform Club de Londres, arriesgando la mitad de su
fortuna, se compromete a dar la vuelta al Mundo en ochenta días y
usando solamente los medios disponibles por cualquier ciudadano en
aquella época.
Así, acompañado por un criado
francés y tratando siempre de que sus itinerarios sean a través de
territorio británico, sale de Londres el día dos de octubre del
mismo año de su publicación.
Teniendo en cuenta que era la época
de mayor esplendor del Imperio británico, no resultaba difícil
caminar siempre por suelo casi considerado patrio.
La novela que se hizo más famosa aún
cuando fue llevada al cine, es fascinante y a todos nos cautivó de
pequeños, pero lo que muchos desconocen es que la hazaña ficticia
del señor Foog, fue superada en la realidad por la de una joven
norteamericana que rebajó el record del británico en 8 días.
Elizabeth Jane Cochran,
más conocida por su nombre periodístico de Nellie
Bly, nació en
Pensilvania el 5 de mayo de 1864. Tenía por tanto ocho años cuando
Verne
publica su famosa novela.
A la edad de 16 años, leyó un
artículo en un periódico neoyorquino que la hizo reaccionar de
forma incendiaria, escribiendo una durísima carta al director del
periódico que sorprendido por la contestación de aquella señorita,
quiso conocerla y a continuación le ofreció un puesto de trabajo en
el periódico.
Fotografía
de la bella Elizabeth J. Cochran
En aquella época casi todas las
mujeres que escribían y sobre todo las que lo hacían en periódicos,
lo hacían con un pseudónimo y entonces la intrépida joven adoptó
el nombre de Nellie Bly,
un personaje de una famosa canción de un tal Foster, conciudadano de
la joven y que no resulta demasiado conocido si no se dice de él que
fue el autor de la famosa canción Oh!
Susana, que serviría
como himno de los buscadores de oro de California.
Con su nueva identidad, se convirtió
en la primera periodista de investigación cuando, antes de que el
periódico provinciano para el que trabajaba la relegara a la sección
de ecos sociales, buscó trabajo en el periódico sensacionalista New
York World propiedad del magnate de las comunicaciones Joseph
Pulitzer.
Su primer artículo para su nuevo
editor, fue un trabajo sobre los hospitales psiquiátricos, para lo
que se internó en uno de esos hospitales destinado a mujeres, en el
que haciéndose pasar por una demente, estuvo interna durante diez
días, viviendo en las mismas condiciones que todas las enfermas y
sin que nadie supiera de su verdadera intención ni su identidad.
Fruto de su experiencia en aquel
hospital escribió un reportaje titulado “Diez
días en un manicomio”
que resultó un trabajo en el que denunciaba los abusos de la
Administración sobre las pacientes y que obligó a las autoridades
sanitarias a tomar medidas drásticas sobre el trato a los enfermos
mentales, abriéndose una investigación oficial y liberándose
importantes partidas presupuestarias para transformar la asistencia
sanitaria de los enfermos mentales.
Pero la verdadera hazaña vino tiempo
después, cuando la novela de Julio Verne se había hecho
tremendamente famosa, alguien, posiblemente la propia Nellie, sugirió
al director del World que sería un excelente reportaje si por parte
del periódico se comprobara que aquella hazaña realizada por el
protagonista de la novela, era posible hacerla en la realidad, e
incluso mejorarla.
Después de madurar la idea, Pulitzer
autorizó a realizar aquel ambicioso reportaje, por lo que se empezó
a buscar entre los periodistas más intrépidos, uno que estuviera
dispuesto a afrontar aquella dura prueba.
Cierto que no hubo muchos periodistas
atrevidos, pero tan pronto como Nellie tuvo conocimiento de lo que se
estaba buscando, se presentó voluntaria.
No se había pensado que el reportero
fuera una mujer, pues la prueba era considerada muy dura y no
desprovista de graves riesgos, pero el tesón de la periodista
inclinó la balanza a su favor, haciendo ver que, el hecho de ser
ella una mujer y que viajaría sola, daba cierto matiz morboso al
tema.
Aun así, el director del World no
veía claro el asunto, pero la decisión de la reportera lo dejó
atónito, cuando al negarse a que una mujer emprendiera sola aquel
viaje, Nellie le contestó: Pues manda a un hombre. Yo saldré el
mismo día que él, lo adelantaré y escribiré la historia para otro
periódico.
Hechos los preparativos oportunos y
programada la ruta muy a conciencia, el 14 de noviembre de 1889,
partió del puerto de Nueva York, con un itinerario por delante de
24.889 millas.
Desde Nueva York tardó seis días en
llegar a Southampton, en donde tomó un tren para Londres, y sin
perder un minuto, pasó al otro lado del Canal de la Mancha, a
Calais, con el tiempo justo de tomar otro tren y dirigirse a Paris,
con parada en Amiens, en donde se va a permitir el único lujo que
aquel disparatado viaje le concede: conocer a Julio Verne y comentar
con él las peripecias del viaje.
El escritor es muy reacio a creer que
en menos tiempo de lo que él ha imaginado en su novela se pueda
hacer un recorrido tan complicado y por eso le dice: “Señorita, si
es usted capaz de hacerlo en 79 días, yo la felicitaré
públicamente”.
Aquello no sirve sino para espolear la
furia de Nellie, la cual ha recibido una noticia, quizás falsa, de
que otro importante periódico también ha mandado a una reportera a
dar la vuelta al Mundo, posiblemente siguiendo la idea que ante fue
suya.
Desde Paris se traslada a Brindisi, al
sur de Italia y desde allí toma un vapor con el que cruza el
Mediterráneo, con parada en Port Said, antes de atravesar el Canal
de Suez; cruza luego el Mar Rojo, el Mar de Arabia y hace escala en
Yemen, concretamente en el puerto de Adén, el más importante en
aquel momento y desde el que los británicos tratan de controlar la
tradicional piratería del Océano Índico.
Cruza luego ese Océano Índico y hace escala
en Colombo, la capital de la Isla de Ceilán, actualmente Sri Lanka.
Desde allí se dirige a Malasia y luego a Singapur, en la misma
Península Malaya. Desde allí a Hong Kong y luego a Yokohama, el
único lugar de escala que no está bajo la dominación británica.
Esta ciudad y su puerto se encuentran
actualmente en el área metropolitana de Tokio y es el mayor puerto
de Japón. Desde allí zarpó para San Francisco, en la costa Oeste.
En tren cruzó los estados Unidos y se
presentó en Nueva York a los 72 días, seis horas, 11 minutos y
algunos segundos. El experimento había sido todo un éxito y la
prensa se hizo eco mundial de la hazaña de la joven periodista.
Pero su popularidad comenzó ahí,
cuando empezó a escribir las vivencias de su viaje, los encuentros
con las personas que jalonaron sus singladuras, las experiencias
vividas, los contrastes de culturas, el trato a las personas en
general y a las mujeres en particular que se depara en los distintos
países y continentes por los que había pasado y en fin, todas sus
vivencias vertidas en el papel, con arte y maestría.
Nellie Bly se convirtió en un mito
que todos los periodistas del mundo trataban de imitar y Nellie
siguió escribiendo hasta que en 1895 contrajo matrimonio con un
millonario llamado Robert Seaman, que le llevaba cuarenta años y que
murió poco después, dejándole una inmensa fortuna que ella supo
aprovechar, pues de inmediato se puso a la cabeza de todas las
empresas de su marido, introduciendo innumerables modificaciones que
le acarrearon una popularidad añadida.
Muy preocupada por la parte social de
las empresas, consideró que igual que años antes había visto en
aquel manicomio, en sus empresas no se trataba a los trabajadores con
la consideración debida y así introdujo reformas sanitarias,
horarios adecuados, salarios justos, cursos de formación,
bibliotecas, gimnasios, y toda suerte de mejoras en las condiciones
laborales.
Evidentemente su gestión social fue
muy positiva y admirada por los trabajadores, pero ni la gestión
empresarial ni la económica estuvieron a la altura de las
circunstancias y, completamente arruinada, habiendo perdido todas sus
empresas, tuvo que volver a dedicarse a la actividad periodística y
empezó a escribir en el Evening Journal, de Nueva York.
Como periodista se decantó a favor
del sufragio femenino, cubriendo la información de la Convención
sufragista de 1913, sin embargo el voto no se concedió a la mujer
hasta siete años después.
Fue la primera mujer corresponsal de
guerra, cubriendo la información de la Primera Guerra Mundial en el
Frente del Este.
Murió el 27 de enero de 1922 de una
neumonía a la edad de cincuenta y siete años.
Ignoro si tuvo descendencia pues es un
dato que no he sabido encontrar y casi me hace pensar que no la
hubiera, lo que casa muy bien con su carácter. Mujer independiente,
valiente, liberada de ataduras sociales, comprometida con la sociedad
de su época y con su entorno, no duda en arriesgar su vida
ingresando en un manicomio o emprendiendo un viaje de novela en una
época en las que las comunicaciones no se parecían en nada a lo que
tenemos hoy día.
De noble corazón, quiso enmendar los
errores que la sociedad industrializada imponía a los asalariados,
estableciendo mejoras que provocarían la ira de los demás
empresarios que, sin duda alguna, debieron tener alguna participación
en su posterior ruina.
Elizabeth Jane Cochran, Nellie Bly para sus lectores, tuvo una vida corta, pero plagada de emociones,
imponiéndose a los varones con las armas que estaban a su mano y
jugándoselo todo, sin que ninguna cuota de paridad hiciera nada por
ella.
Un ejemplo a seguir.
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