Publicado el 24 de enero de 2010
Se tiene por costumbre definir como
Media Naranja
a la mitad que nos falta para completar una pareja perfecta. Nuestra
Media Naranja
es el hombre o mujer ideal con quien compartir la vida. Incluso hubo
programas de televisión que tuvieron este título y su dedicación
estaba centrada en encontrar la persona que hiciera feliz al
concursante.
Pero, ¿realmente la Media
Naranja quiere decir
eso?
Su uso está generalizado en la
actualidad en el sentido en que se ha apuntado y nadie dará otra
explicación si se le pregunta, pero hace unos siglos, cuando se
decía de alguien que había encontrado su Media
Naranja, para nada se
podría suponer que había hallado la felicidad con la persona amada.
Hace ya algún tiempo que quería
escribir sobre el tema que hoy abordo porque siempre he pensado que
es verdaderamente apasionante, pero no encontraba la forma de
introducir un equívoco que quitase dramatismo a la situación. Por
fortuna, hace unos días, rebuscando entre viejos boletines y libros,
he encontrado la clave.
Voy a tratar de explicarme.
El médico e historiador cordobés
Luis María Ramírez de
las Casas escribió en
el año 1839, bajo el pseudónimo de Licenciado Gaspar Matute, un
curioso compendio sobre los juicios celebrados por la Santa
Inquisición, titulado: Colección
de autos generales y particulares de fe, celebrados por el tribunal
de la Inquisición de Córdoba.
Escudo de la Santa
Inquisición
En ese compendio se relatan los
juicios del Santo Oficio, unos más afortunados que otros y en
algunos de los cuales se aprecia cómo a los torturadores se les iba
la mano, y el reo, acusado pero inocente, moría del martirio a que
era sometido.
En uno de esos interrogatorios, a los
torturadores se les pasa la rosca y se encuentran con que tienen a un
pobre hombre, inocente por más seña, que se ha muerto en la tortura
y con el que no saben qué hacer. Así que, a las nueve de la noche,
subrepticiamente, lo entierran en la cripta de la capilla de la
Inquisición de Córdoba. Es evidente que no creyeron que aquel
infeliz fuera un hereje, pues de ser así no lo habrían enterrado en
sagrado, pero unas velas y veinte reales, arreglaron todo y aquellos
santos varones, siguieron con su oficio sin recibir ni la más
insignificante de las amonestaciones.
Siendo esto de una gravedad que pone
el vello de punta, otro de los juicios que el historiador narra, con
mucha más profusión de detalles de lo que en este artículo se
puede destacar, es un juicio verdaderamente espectacular y que en su
inicio, se describe así:
“Lunes veinte y nueve de Junio
de mil seiscientos sesenta y cinco se celebró auto en la Corredera,
y fue uno de los más famosos que ha habido en Córdoba. Salieron
cincuenta y cinco penitenciados, siete relajados en persona y
quemados vivos dos hombres, y una muger dé unos veinte y cuatro
años, pertinaz, cuanto se puede encarecer. Fueron relajados en
estatua quince, y veinte y uno los que salieron con Sambenito entre
hombres y mugeres, de éstos seis en estatua, por haber muerto, un
casado dos veces y otra por el mismo delito; cuatro hechiceras
embusteras, entre ellas una llamada la santa, natural de Granada, la
más famosa hipócrita y embustera que ha salido en autos. Duró
desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Uno de los
hombres que habían de quemar vivo y se llamaba Domingo Rodríguez de
Cáceres, pidió misericordia, y por esto le dieron garrote y lo
quemaron muerto. El otro, que quemaron vivo, se llamaba Jorge Mendez
de Castro, portugués, vecino de Córdoba, y del mismo modo murió su
muger más adelante. También quemaron un arca de huesos.”
Independientemente de la barbaridad
que supone juzgar en unas horas a cincuenta y cinco penitenciados,
los detalles que rodean lo que hoy llamaríamos un macrojuicio, son
de aurora boreal.
El tribunal inquisidor visitó la
ciudad de Córdoba, entendemos que a su Ayuntamiento, el día 31 de
mayo, para hacerla partícipe del auto de fe y la ciudad, decidió
invitar a la de Jerez de la Frontera, para lo que, importantes
personas de aquella, se desplazaron a Jerez a visitar a sus “señores
grandes”, y caballeros a estar presentes en “la festividad del
Auto de Fe”, ofreciéndoles asiento en el cadalso y todo el agasajo
que se les pudiera conceder.
El corregidor de Córdoba, don Manuel
de Pantoja, preside un acto oficial celebrado en el Cabildo, que está
compuesto por los llamados “Veinticuatros”, que serían los que
en la actualidad llamaríamos concejales y en el que se decide la
forma en que la ciudad debe dirigirse hasta la Inquisición y desde
allí hasta el cadalso situado en la plaza de la Corredera. El asunto
tenía tal importancia que fue sometido a votación.
Auto de fe de
Pedro Berruguete
Deciden que los señores principales
ocuparán lugar por su antigüedad e irán de dos en dos.
Luego se inicia una especie de sorteo
o asignación de las ventanas que dan a la plaza de la Corredera, no
para los veinticuatro componentes del cabildo, sino para sus
familias, “a fin de que no se pierdan una fiesta tan deleitosa”.
Y como el ayuntamiento solamente tenía veintitrés ventanas
disponibles, había que eliminar a cuantas personas se pudiese, a fin
de que las más principales estuviesen cómodamente alojadas.
Debió de formarse un buen jaleo, pues
la ciudad decide posponer para una junta posterior la asignación de
las ventanas y nombra a unos jurados que deben terminar hartos de las
presiones recibidas hasta que, por antigüedad, van repartiendo cada
ventana.
El incidente ya demuestra el interés
y expectación por presenciar cómo van a quemar vivos a unos pobres
desgraciados, pero siendo eso ya lamentable, lo es aún más la
salvedad que en junta de 12 de junio decide la ciudad y es que,
previendo que el auto de la Santa Fe durará mucho tiempo, es
necesario disponer lo necesario para que los inquisidores y los
integrantes del cabildo, puedan reponer sus fuerzas y así se inicia
la preparación del ágape que tendrá lugar y tras debate, se decide
que la ciudad siempre ha comido en una de las casas que posee en la
plaza de la Corredera, pero que por no dar sitio a todos los
componentes del cabildo, primero pasará a comer el Corregidor con
los ocho caballeros más antiguos y así, en tandas regulares, todos
fueran reponiendo fuerzas.
No hubo más discusión. Se nombró a
un encargado de la intendencia, don Gaspar Herrera Cuevas y se
consignó una partida para proveer las provisiones de boca así como
todo lo necesario para la elaboración, compra, traslado y servicio
de las viandas.
El tal Herrera lo debió hacer a las
mil maravillas, gastando en dar de comer a los “Veinticuatro”, la
cantidad de 11.547 reales y 18 maravedíes, una cantidad de la que
hoy carecemos de referencia que nos la hagan asumible en tiempos
modernos, pero que a todas luces parece realmente descabellada.
Ya de por sí resulta chocante que
aquella gente tuviera ganas de comer mientras juzgaban a aquellos
pobres desalmados, pero que además, con el olor de la carne humana
quemada o los gritos de los torturados, se excitasen las pápilas
gustativas, o se exacerbase la producción de jugos gástricos, es
algo que produce horror.
Y es que, además, la cantidad de
comida que se ingirió es digna de ser relatada: cuatro terneras,
ocho jamones, treinta libras de carnero y criadillas, veinticuatro
meolladas, ocho libras de albures, una canasta de guindas, una cesta
de manzanas, ciento ochenta y seis pollos y doscientos cuatro panes,
todo esto acompañado de una arroba de bizcochos, otra de canelones
de canela y cinco de “amigotas” colaciones, y remojado todo con
quince arrobas de vino y otras bebidas, en cuya composición entra la
canela, el azafrán y la pimienta.
En el Libro de Cuentas de Propios,
correspondiente a la fecha, en el asiento 75, puede comprobarse que
todo estuvo debidamente gastado y justificado, constando la carta de
pago y el finiquito y que dice:
“Cuentas del gasto de la
comida que se dio á los capitulares del cabildo de esta Ciudad de
Córdoba el día del auto general de la fe que se celebró en esta
Ciudad el día veinte y nueve de Junio deste año de 1665 años.
Relación que yo Gaspar de Herreras Quevas, jurado desta Ciudad, doy
á los gastos que hice en la comida que se dió á su señoría la
Ciudad de Córdoba el día del auto general de la fe que se celebró
en esta ciudad en veinte y nueve días del mes de Junio pasado deste
presente año, que corrieron á mi cuidado, de orden y con
intervención de los señores don Pedro Gómez de Cárdenas, vizconde
de la Villanueva de Cárdenas, caballero de la orden de Calatrava,
Comendador del Tesoro de la dicha orden y don Antonio Suarez de
Gongora, caballero de la orden de Calatrava, veinte y cuatros desta
ciudad y diputados nombrados por el cabildo de ella para dicho
efecto, que los dichos gastos son los siguientes.”
Y a continuación hace una relación
pormenorizada en la que no escapa ni un solo detalle de lo que cuesta
cada cosa y de lo que se reembolsa por venderla cuando ya ha tenido
su uso y así la madera, el yeso, la arena, los ladrillos y todos los
elementos que se usaron para la confección del cadalso, el exorno de
las casas de la plaza, con cristales, cortinas, velas y cuanto se
pueda imaginar. Todo perfectamente detallado, hasta los gastos de
reponer las cosas que se rompieron o las que los amigos de lo ajeno,
aprovechando la confusión que debió reinar, se llevaron.
En la descripción de los gastos que
se hacen en el cadalso, cuya robustez los inquisidores no quieren
comprobar por sí mismos, se cita la cantidad de madera y las
herramientas usadas, propias o alquiladas a quienes las pudieran
tener y sobre todo y aquí es donde el título de este artículo
tiene su justificación, se describe perfectamente la forma y
construcción de La Media
Naranja.
Porque ese es el lugar en el que los
reos de la Inquisición se sentaban a presenciar el juicio y esperar
a que les tocase su turno.
Qué deformación ha seguido la frase
para llegar a tener el significado que en nuestro día se le da, es
cosa que se me escapa, pero lo cierto es que en la época de la
historia que he relatado, ese era el nombre que recibía lo que
actualmente llamaríamos el “banquillo de los acusados”.
Que la Inquisición hizo verdaderos
estragos es algo que a nadie se le escapa, pero que todos estaban tan
contentos de que eso fuera así, es algo que se refleja en esta
historia, y que del dolor y del sufrimiento ajeno, el pueblo llano y
sus egregios representantes, hacían fiesta y jolgorio. Casi como
siempre, nos hemos alegrado del mal que les pueda caer a los demás y
por eso cuando algún pobre infeliz, tenido por brujo, bruja, hereje,
apostata, adorador del diablo o cualquier otra tontería, era llevado
al tribunal de la Santa Inquisición, el pueblo se alegraba: “ese
ya ha encontrado su Media Naranja”.
O lo que es lo mismo: su lugar en el
cadalso.
Un último apunte sobre la
Inquisición: este tribunal fue creado para combatir a los cátaros,
una secta de cristianos, también llamados “Los puros”, que
profesaban una herejía conocida como Albigense.
El Papa Lucio
III, en el año 1184,
mediante la Bula “Ad
Abolendam” crea el
Santo Oficio y éste, cambia las condenas que hasta ese momento
adoptaba la Iglesia, la mas grave de las cuales era la excomunión,
por las torturas, las ordalías, el potro, la hoguera y todas las
demás atrocidades que en nombre de la Dios y la fe se cometieron.
Por cierto, el Papa Lucio
III se llamaba
realmente Ubaldo
Allucinoli.
¿De qué me sonará a mí este
nombre? ¿Estaría alucinando?
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