Publicado el 8 de marzo de 2009
Estamos acercándonos al segundo centenario de la Constitución
de Cádiz y durante este tiempo se nos vienen recordando,
constantemente, acontecimientos acaecidos en nuestra ciudad y en la
de San Fernando, hermanadas en el espíritu liberal y reformista.
Pero leyendo sobre la historia, observo que se ha dejado pasar un
acontecimiento verdaderamente horrible, bochornoso, me atrevería a
calificar, que tuvo lugar en Cádiz, el día 29 de mayo de 1808.
La historia hace referencia a un personaje digno de admiración
llamado Francisco Solano y Ortiz de Rozas. Militar de
profesión, llegó a ser el más joven y el más prestigioso de los
generales españoles de la época.
Nació en Caracas, el día 10 de diciembre de 1768 y era hijo del
Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela, don José
Solano y Bote, marqués del Socorro y de una argentina,
Rafaela Ortiz de Rozas y Ruiz de Bribiesca, hija del
Gobernador de Chile.
Como se ve por su sangre, era, desde su nacimiento, persona
importante, tanto que de muy joven fue enviado a la metrópoli para
cursar estudios, haciéndolo primero en el Real Seminario de Nobles,
de Madrid y luego en la Casa de Pajes del Rey, ingresando como cadete
en el Regimiento de Reales Guardias Españolas de Infantería, en
donde pronto fue ascendiendo hasta que, como Capitán, participó en
la defensa de la plaza de Orán, considerada por los españoles como
pieza fundamental en la defensa del Mediterráneo.
Cuando hacia el año 1793, se inician las hostilidades con Francia,
recién convertida en República tras el ajusticiamiento de su Rey
Luis XVI, Solano se encuentra destinado como teniente
coronel de infantería, en Hostalrich, ciudad de la
provincia de Gerona, en la comarca de La Selva, desde donde se centra
la defensa de la frontera pirenaica, constantemente agredida por los
franceses y que desemboca en la llamada Guerra del Rosellón.
En agosto es ascendido a Coronel y le dan el mando del Regimiento
Soria, con el que participa en multitud de batallas contra los
franceses, en las que sale siempre victorioso. Por eso, al año
siguiente es promovido al cargo de Mariscal de Campo.
El Teniente General Solano en un grabado de la
época
En 1798, con treinta años, contrae matrimonio con Francisca de
Matalinares y Barrenechea; en 1802, es ascendido a Teniente
General y un año después, es nombrado Gobernador Militar interino
de Cádiz y Capitán General de Andalucía.
Antes, ha estado con el ejército de Napoleón, en la
campaña del Rhin, a las órdenes del Mariscal Moreau,
en aquellos momentos general preferido de Emperador, pero dada la
veleidad de éste, pronto le retiró su complacencia y cayó en
desgracia. Solano le ofreció cobijo en su casa de
Cádiz, en donde lo tuvo de huésped largas temporadas, mientras
cruzaba el rubicón de su infortunio.
Su carrera ha sido meteórica pero el personaje es valedor de los
cargos que ocupa y a su ya larga trayectoria militar, de sumo
prestigio, adiciona la experiencia en táctica militar y gestión de
medios que ha adquirido en el ejército francés y así, nada más
incorporarse a Cádiz, habiéndose desatado una nueva epidemia de
fiebre amarilla, procedente del continente americano que en el pasado
había producido verdaderos estragos en la población, el General
Solano adopta mediadas eficaces de cuarentena y aislamiento y
la epidemia de fiebre, que se temía devastadora, es superada con
notable éxito. Esta acción le vale su nombramiento definitivo como
Gobernador de Cádiz.
Tras el desastre de Trafalgar, la flota hispano francesa se refugia
en la Bahía de Cádiz a la espera de órdenes, órdenes que no
llegarán, estando el gobierno francés pendiente de otros problemas
de mayor calado, hasta que ocurren los incidentes del dos de mayo de
1808, momento en que los franceses dejan de ser nuestros “aliados”
para convertirse en enemigos. La realidad es que el pueblo español
nunca vio a los franceses como amigos, sino como invasores
disimulados, queriendo imponer sus costumbres y apoderarse de España,
mientras nuestra monarquía no hace nada para evitarlo. Así las
cosas, se produce el alzamiento del Dos de Mayo y la
chispa de la rebelión se extiende por toda España como un reguero
de pólvora.
El pueblo gaditano quiere entrar en dialogo con los ingleses, cuya
escuadra ronda las aguas del Golfo de Cádiz y quiere apresar la
escuadra francesa, pero el General Solano no es
partidario ni de lo uno ni de lo otro. Sabe que una batalla naval en
aguas de la Bahía puede acarrear funestas consecuencias y sabe que
es prematuro aliarse con Inglaterra, nuestro tradicional enemigo.
Por eso, no quiere armar a la población. No es partidario de las
acciones improvisadas y como militar de carrera que es, confía en
los ejércitos organizados, con mando y disciplina, no en las levas
milicianas que al final devienen en desorden y confusión.
Con el fin de aplacar a la población que pide armas para combatir a
los franceses, decreta un reclutamiento, pero la medida no es
suficiente ante un pueblo enfebrecido, inflamado por las soflamas de
los levantiscos y sediento de sangre y venganza contra lo que ya se
considera un ejército invasor.
Adolfo de Castro, en su Historia de Cádiz y su
Provincia, describe los acontecimientos de aquella mañana
del 29 de mayo, ante las puertas del Gobierno Militar y lo hace no
como estudio histórico de los sucesos sino como un relato prosaico,
periodístico, más bien, recreándose en los detalles del mismo y
cuya lectura es recomendable.
El pueblo gaditano no entendió a su gobernador y de inmediato lo
tachó de afrancesado y de cobarde, pero el General Solano
sabía bien lo que hacía y estaba de acuerdo con los demás jefes
militares del ejército y la marina, en impedir que la población
tomase las armas y se dedicase a ajustar las cuentas a los franceses
allá donde se los encontraran.
Pero el populacho estaba encendido contra los “gabachos”
y se concentró a las puertas del Palacio de la Capitanía Militar.
Previamente, algunos exaltados habían entrado por la fuerza en
acuartelamientos y en barcos y habían cogido algunas piezas de
artillería, que llevaban en brazos, por falta de medios en donde
transportarlas. Es curioso como de Castro, describe los hechos y como
identifica a algunos de los más levantiscos como a “gitanos”.
Ante el edificio del Gobierno Militar, sito en la desaparecida Plaza
del Pozo de las Nieves, se arremolina la masa. Solano
sale a un balcón para dirigirse al pueblo y explicar sus medidas,
pero no es escuchado. Mientras, el capitán de la guardia ha cerrado
y atrancado las puertas, en un movimiento defensivo que de poco le va
a valer.
Cuando la turbamulta increpa al Gobernador y pretende entrar por la
fuerza en el Palacio, el capitán ordena una descarga de fusiles, que
de momento consigue dispersar a la multitud que huye despavorida,
pero al comprender que la descarga de fusilería no ha herido a
nadie, porque los soldados han disparado al aire, por orden de su
capitán, vuelven a la carga con renovados bríos. Entonces la
guardia abandona sus posiciones y deja el edificio a la sola defensa
de la resistencia de sus puertas, las cuales ceden al poco y los
revoltosos invaden el edificio, rompiéndolo todo a su paso y
arrojando a la calle cuanto se encuentran.
El capitán de la guardia y su batallón han desaparecido y el
General Solano se encuentra solo frente a una
muchedumbre vociferante, exaltada y con sed de sangre.
Parece un hecho inexplicable que una dotación militar abandone a su
jefe, al que ya habían abandonado muchos otros, pero mucho más
inexplicable resulta cuando conocemos que el mencionado capitán no
era otro que José San Martín Matorras, conocido en
los anales de la Historia como El Libertador, héroe
nacional en Argentina, Chile y Perú, cuyas independencias consiguió
y al que ya le dedique un artículo hace unos meses.
Retrato del General San Martín
Solano aprovecha la obcecación de la turba por
destruirlo todo y consigue llegar a la azotea del edificio, desde
donde pasa, a través de diversas terrazas, hasta la casa de una
amiga, María Tucker, viuda de un comerciante irlandés
llamado Strange, que lo acoge y lo oculta en un cuarto
preparado como escondite para tiempos difíciles. Una especie de
Habitación del Pánico, como ahora lo conocemos.
En su huída hasta dicho cuarto, Solano es perseguido
muy de cerca por un personaje odioso, un cartujo renegado, llamado
Pedro Pablo Olaechea, el cual trató de impedir que el
General consiguiese refugio. Solano era hombre de mucha
fuerza y en una lucha cuerpo a cuerpo con el cartujo, lo agarró y
arrojó a la calle, produciéndole heridas de las que fallecería más
tarde.
Pero aquel no era el día del General. Quiso la mala fortuna que una
vez en la terraza, la multitud se preguntara a dónde había ido el
Gobernador y entre los insurrectos, había un albañil que había
participado en la construcción del referido cuarto secreto, el cual
indicó el lugar en el que se podría encontrar. La señora María
Tucker quiso negar su colaboración, pero fue agredida por la
multitud, ante lo cual, el Gobernador abandonó su escondite,
entregándose a los revoltosos que de inmediato lo prendieron.
En la plaza de San Juan de Dios había instalado un patíbulo en el
que se habían ahorcado a algunos malhechores y la muchedumbre decide
llevar allí al Gobernador y proceder a su ahorcamiento. Lo llevan
caminando a ratos, a rastras otras veces, por las calles de Cádiz,
haciendo de él toda clase de burla y escarnio, hasta que un amigo
suyo, Carlos Pignatelli, habiendo observado que un
individuo le ha inferido una cuchillada de feo aspecto, al grito de
muerte al traidor, le da una estocada en el pecho que le produce la
muerte inmediata, evitándole así el calvario al que sin duda alguna
iba a ser sometido.
Dejando el cadáver en el suelo, la multitud se marchó, momento que
aprovechó otro amigo, el Magistral Cabrera, para
retirar el cuerpo y darle cristiana sepultura en el Cementerio, en
donde, al día siguiente, llegó la comitiva que acompañaba el
cadáver de Olaechea, que quiso la fortuna que ocupase
el nicho de al lado del General Solano.
Qué participación tuvo San Martín en la resolución
de estos acontecimientos, es una pregunta forzada a estas alturas, a
la que por mucho formularla, desde las más diversas perspectivas, no
se le puede encontrar contestación. Nadie sabe qué habría ocurrido
al final, de haber actuado de otra manera, es probable que la
multitud los hubiese matado a todos, pero es lo cierto que un militar
se debe a su profesión y actos de cobardía como éste, no se
olvidan. Un amigo de San Martín, el teniente coronel
Juan de la Cruz Mourgeón, futuro presidente de
Ecuador, lo sacó de Cádiz y lo condujo a Sevilla, donde se diluyó
por algún tiempo, hasta que reaparece esplendoroso en las Américas.
Es más que probable que ese incidente no fuera olvidado jamás por
El Libertador, del que se cuenta que
conservó siempre colgado de su cuello una miniatura con la cara de
su superior al que abandonó en unas circunstancias tan dramáticas.
Pero otra conclusión debemos sacar de lo ocurrido y esta vez nos
debe ser mucho más próxima. Cuando se está hablando tanto del
talante democrático, liberal, patriótico, que inspiró la
resistencia numantina que se desarrolló en Cádiz, frente a la
invasión francesa, bien está que recordemos actos como éste que
empañan la brillantez de la época y proporcionan al ser humano ese
otro perfil que nos avergüenza.
Sr. JOSÉ MARÍA DEIRA. Describir la historia sin miedo, lo mas objetivamente posible es una de las tareas más grandes que se puede hacer. Esto nos permite por medio de la lectura poder evaluar, revivir episodios y contrariedades de la misma historia que en nuestras latitudes se utilizan. Para hacer el intento burdo y vulgar de reescribir la historia a conveniencia de... Muchísimas Gracias por este y todos sus relatos.
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