Publicado el 19 de septiembre de 2010
Si hacemos caso de lo que dice la
historia del descubrimiento y conquista de América, los españoles
que al mando de Hernán
Cortés conquistaron
Méjico, no pudieron hallar el tesoro de Moctezuma,
tesoro que indudablemente poseía y que bien oculto, escapó a la
codicia de los conquistadores.
Hernán Cortes
fue dramáticamente derrotado en la batalla que se conoce como La
Noche Triste, ocurrida
el 30 de junio de 1520, después de que, muerto Moctezuma
de una pedrada en la cabeza, cuando trataba de aplacar a su pueblo
desde una balconada del palacio real, en el que estaba prisionero de
los españoles, los mexicas
tomaron las armas y obligaron a los conquistadores a abandonar
Tenochtitlán,
la capital del imperio azteca y actual ciudad de Méjico, capital de
la República.
A la muerte de Moctezuma,
el pueblo mexica eligió como sucesor a su hermano Cuitlhuac,
que había permanecido prisionero de los soldados españoles y puesto
en libertad por Hernán
Cortés con la
intención de apaciguar al pueblo. Pero justamente la actitud de
Cuitlhuac
que tenía otras intenciones, desencadenó un brutal ataque a las
posiciones de los españoles que Cortés
trató de evitar, sacando a Moctezuma
al balcón, que fue lo que produjo su muerte.
En su huida de Tenochtitlán,
los soldados hubieron de abandonarlo todo para salvar sus vidas y aún
así, la mitad de ellos perecieron en la refriega.
El nuevo caudillo comenzó a
reorganizar la defensa con claras intenciones de acabar con los
invasores españoles y así, llegó a reunir un ejército que decían
de más de medio millón de hombres. Pero quiso el infortunio que
falleciese en el mes de noviembre de aquel mismo año, víctima de lo
que parece fue una epidemia de viruela, enfermedad que los nativos no
conocían y que fue llevada al nuevo continente por los hombres de la
expedición de Pánfilo de Narváez.
A la muerte del caudillo, fue elegido
nuevo jefe, Cuauhtemoc,
sobrino de Moctezuma
y prestigioso militar.
Cuauhtemoc
sabía que los españoles volverían y su principal preocupación fue
recomponer todo lo que la invasión española y los desastres de la
guerra, habían destruido.
Y los españoles volvieron. Rehechos
por el tiempo de descanso y ambiciosos por recuperar las riquezas que
habían perdido. Para ellos seguía estando vigente la leyenda del
tesoro de Moctezuma,
que nunca habían encontrado y tras instalarse nuevamente en
Tenochtitlán,
prendieron al caudillo Cuauhtemoc,
al que sometieron a torturas para sacarle dónde estaba escondido el
famoso tesoro.
Existe una leyenda, con pocos visos de
ser real en la que se dice que los españoles llegaron a ver el
extraordinario tesoro de Moctezuma
y fue con ocasión de construir una capilla dentro del propio palacio
del rey azteca. Según cuenta esa tradición, los albañiles
encargados de construir la capilla, hallaron una puerta de madera
cubierta y encalada para pasar desapercibida. La abrieron y en su
interior estaban las inmensas riquezas que el caudillo azteca había
recibido de su padre. Continúa la leyenda refiriendo que solamente
Cortés y algunos de sus más allegados, entraron en la cámara del
tesoro y que tras quedar fascinados por tanta riqueza, se ordenó
cerrar nuevamente la puerta y no comentar con nadie lo ocurrido.
Pero es poco creíble la existencia de
esa cámara oculta que no volvieron a encontrar o que durante casi el
año que permanecieron fuera de la ciudad, los aztecas hubiesen
retirado todo el tesoro. También es poco probable que Cuauhtemoc
no hubiese dicho dónde se encontraba, después de ser sometido a los
más horribles tormentos, como quemarles los pies con aceite
hirviendo, como se aprecia en un lienzo del siglo XIX.
Cuauhtemoc se
mantiene en afirmar que todas las riquezas han sido arrojadas a las
aguas del lago sobre el que se había construido Tenochtitlán,
junto con los cañones y las armas incautadas a los españoles. Una
prospección hecha en las aguas corrobora la información del
caudillo azteca, pues encuentran cañones, escudos y armaduras, pero
oro, que es lo que ellos buscan, realmente poco.
En la expedición de Hernán Cortés
iba un tal Juan de Alderete que era una especie de interventor real
de las riquezas que se iban encontrando y de las que la quinta parte
pertenecían a la corona. Fue este individuo el que forzó a Cortés
para que le permitiera torturar al caudillo azteca para sacarle dónde
se encontraba el oro. Tiempo después Cortes reconocía haberse
equivocado permitiendo aquella conducta tan atroz y sobre todo tan
poco productiva, pues las riquezas legendarias de Moctezuma
nunca aparecieron.
Hernán Cortés envió por escrito al
emperador Carlos I, tres relaciones en las que iba dándole cuenta de
la marcha de la conquista y de las riquezas que se iban acumulando,
las cuales eran enviadas a España, conforme alcanzaban una cierta
proporción. La primera relación es de 1519, tras haber fundado la
ciudad de Veracruz y recibir presentes de Moctezuma,
los cuales envía a España.
La segunda es de 1520 y la acompaña
igualmente de incalculables riquezas y joyas.
En el último de los tres escritos que
el conquistador envía, hace referencia a la tortura de Cuauhtemoc
y de lo fallido de la operación, pero no obstante, mucho oro, trajes
de plumas de vistosas aves, piedras preciosas, abalorios y muchas
otras riquezas, se embarcaron en tres carabelas que partieron de
Nueva España con destino a la Metrópoli.
¿No se había encontrado el tesoro de
Moctezuma, o no se quería decir? Porque lo cierto es que en la
relación de la carga se describe tal cantidad de oro, esmeraldas,
piedras preciosas, adornos, soles de oro y plata, y toda una enorme
profusión de riquezas, que extraña pudiese corresponder al quinto
real, si no era porque el total del tesoro incautado, se
correspondiera con el legendario tesoro del caudillo azteca. De otra
forma sólo pensando que en el imperio azteca todos eran inmensamente
ricos, podría justificarse la procedencia de semejante acumulación
de riquezas.
Esta relación es de finales de 1522 y
acompaña a la flotilla que abandona las tierras americanas a
mediados de noviembre de ese año.
Pero al llegar a la altura de las
islas Azores, la flotilla fue sorprendida por un pirata que, desde
ese momento y durante años, hizo estragos en nuestros barcos y en la
carga que venía del Nuevo Mundo.
Su nombre es Jean
Fleury y fue conocido
entre los españoles por Juan
Florín.
Fleury
era un capitán corsario que navegaba para un poderoso armador de la
época, Jean Ango,
el cual había obtenido de Francia patente de corso para sus barcos.
El descubrimiento del Nuevo Mundo no
era todavía demasiado conocido en Europa, pero ya algunos países
habían empezado a darse cuenta de que las tierras que los españoles
y los portugueses estaban colonizando, eran el cuarto continente, que
junto con Europa, Asia y África, formarían el universo conocido
hasta ese momento y no unas islas diseminadas por el inmenso océano.
Pero acerca de lo que se estaba
trayendo de aquellas lejanas tierras, no había mucha información,
en primer lugar porque los principales envíos de riqueza empezaron a
producirse bastantes años después del descubrimiento, pero sobre
todo por la discreción con la que se pretendía llevar el asunto,
pues nadie estaba interesado en que fueran a hacernos la competencia
a aquellas latitudes, como luego, de forma inexorable, ocurriría.
Y fue el asalto a esta flotilla
española la que abrió de manera radical los ojos de Europa acerca
de las riquezas que España estaba sacando de las tierras recién
descubiertas.
Cuando el pirata Fleury
contó los cincuenta y ocho mil lingotes de oro, contempló las
esmeraldas, algunas del tamaño de la palma de una mano, los ricos
vestidos, las figuras de oro, etc., comprendieron todos que estaban
ante un negocio fabuloso y que lo único que había que hacer era
agazaparse a la espera de las flotillas que desde las tierras recién
descubiertas, se dirigían hacia España.
Pero la tercera de las naos que
componían el convoy consiguió escapar de Fleury
y refugiarse, primero en Lisboa y luego llegar a puerto español, en
donde refirió lo ocurrido. Desde ese momento, el emperador ordenó
el apresamiento y muerte del pirata francés, pero capturarlo no fue
tarea fácil.
Hubieron de transcurrir más de cinco
años, en los que el primer pirata de nuestros barcos, no cesó en su
ilícita actividad, hasta que, por fin, una flotilla compuesta por
seis veleros, al mando el capitán Martín
Pérez de Irizar,
consiguió acorralarlos entre el Cabo de San Vicente, en Portugal y
el Golfo de Cádiz. Fleury
fue hecho prisionero y llevado a Sevilla, desde donde se cursó la
noticia al emperador que nada más recibirla, envió un mensajero
con orden de ajusticiar al pirata allí donde se lo encontrase, cosa
que ocurrió en un pueblo de la provincia de Toledo, llamado Colmenar
de Arenas, en donde el pirata fue ahorcado.
En su confesión reconoció haber
asaltado a más de ciento cincuenta barcos españoles y portugueses
de todas las clases, muchos de los cuales hundió tras apoderarse de
toda su carga.
Pero esta historia del inmenso tesoro
que transportaban aquellas tres naves, parece que nada tiene que ver
con el verdadero tesoro de Moctezuma,
porque en otra historia ajena a ésta, se relatan unos acontecimiento
que son de lo más intrigantes.
En la conquista de Méjico, y desde el
principio, acompañaba a Cortés
un tal Juan de Grau,
Barón de Toloriu,
el cual, asegurada la conquista y dominación del imperio azteca,
buscó entre las jóvenes de linaje principal, una mujer con la que
contraer matrimonio y la encontró en una de las hijas del propio
Moctezuma,
llamada Xipaguazin,
a la que desposó y con la que volvió a España, residiendo en el
pueblo de Toloriu.
Este pequeño pueblo, antigua baronía
que en la actualidad tiene solamente catorce habitantes, se encuentra
en la comarca de La Seo de Urgel y casi nadie ha oído hablar de él.
Y menos que hubiésemos oído de no ser porque en 1934, un grupo de
aventureros alemanes, desembarcó en el pueblo y por tres mil pesetas
de la época, recordemos que estábamos en plena II República,
compraron todas las tierras alrededor de la Masía
de Vima, una
antiquísima construcción.
Y ¿qué interés tenían aquellas
tierras en lo alto de los Pirineos? Pues objetivamente bien poco,
pero durante más de cuatro siglos, la rumorología popular había
dado pábulo a la leyenda de que Juan
de Grau y su esposa
azteca, habían enterrado en aquella zona el verdadero tesoro de
Moctezuma.
No tiene mucho sentido que un tesoro
de aquella envergadura, fuese enterrado, en vez de disfrutarlo la
princesa azteca y sus herederos. Tampoco es fácil que se hubiese
podido ocultar el traslado de las riquezas del caudillo azteca hasta
aquel perdido pueblo de las montañas. Todo son leyendas, historias
que quizás tuvieron otro origen y es que resulta posible que la
princesa Xipaguatzin
pasase los últimos años de su vida en condiciones no muy
favorables, ya sea por el clima, ya por la extrañeza de las
costumbres españolas y se cuenta que quizás perdida la calma
interior, antes de morir, el día diez de enero de 1537, ocultó
parte de sus pertenencias en alguna zona alrededor de la Masía de
Vima.
Pero aquellos alemanes excavaron las
tierras hasta que, aburridos y sin haber hallado nada, abandonaron la
empresa. En realidad no hay tampoco certeza de que no hallaran nada,
pues en esta historia lo único cierto es que dejaron todo el terreno
lleno de agujeros.
Tanto la princesa azteca como su
esposo el barón, que falleció en aquel mismo año, fueron
enterrados en la zona de la Masía y sus tumbas fueron profanadas,
sin que nunca se supiera quienes fueron los responsables.
Una losa de mármol, escrita en
francés y que se encuentra aún en la fachada de la iglesia de
Toloriu,
recuerda a la pareja. Pero poco más se dice de ellos en el perdido
pueblecito pirenaico.
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