Publicado el 18 de septiembre de 2011
Nos encontramos sumergidos en una
profunda crisis económica. Tanto, que creemos que algo como esto no había
ocurrido nunca, pero no es así. Crisis las ha habido siempre, y de
todas las clases, pero sobre todo, económicas. Basta hacer un repaso
a la Historia que no es, ciertamente, mi intención, para comprender
lo falso que resulta esa creencia. De la misma forma que ha habido
muchas crisis, casi en todas ha habido quien se ha aprovechado o, al
menos, lo ha pretendido.
Eso ocurrió en nuestra querida tierra
andaluza hace ya mucho tiempo, pero por esa razón me propongo
sacarla del olvido.
Vivía España un período que se ha
conocido como La Crisis de 1640, el momento más crítico del reinado
de Felipe IV,
por cierto el más largo de la Casa Austria. En ese momento Castilla,
que era la región que más había colaborado con los gastos de la
Monarquía, empezaba asentirse agotada por tantas extracciones de
capitales. El todavía valido del rey, el Conde
Duque de Olivares,
exigió a los demás reinos que dependían de la monarquía Española
como eran Portugal, Sicilia y Cerdeña, Nápoles, Países Bajos y
algunos otros ducados, que contribuyeran con una aportación
equivalente, lo que produjo la consiguiente e inmediata contestación,
pero, sorprendentemente, dentro del mismo reino de España, Cataluña
y Andalucía se suman a los descontentos encabezados por Portugal.
En Cataluña se inicia la llamada
Sublevación de 1640, el mismo día del Corpus, una fiesta grande que
aquel año se celebraba el día siete de junio. Unos quinientos
segadores y otros trabajadores eventuales que llegaron a Barcelona
para celebrar la gran festividad y el fin de la cosecha, se
amotinaron. Murieron trece personas, entre ellas el entonces Virrey
Dalmau de Queralt y
Codina, Conde de Santa
Coloma, al que la turba, enfurecida persiguió por calles y plazas,
hasta que al llegar a la playa y sin escapatoria posible, fue
golpeado y apuñalado hasta morir. Pasaron cuatro días antes de
poder sacar de la ciudad a los amotinados.
Con el efecto contagioso que este tipo
de revueltas populares suele tener y más, cuando se está antes
situaciones injustas y de excesiva presión del poder, Aragón fue la
siguiente región en amotinarse, si bien sin tanta violencia pero no
carente de importancia. Luego fue Portugal que aprovechando la
debilidad de la corona española proclamó rey al Duque
de Braganza, con el
nombre de Juan IV.
Ya era 1641 cuando a la revuelta se
une Andalucía en donde el Marqués
de Ayamonte y el Duque
de Medina Sidonia,
supuestamente se alían para desarrollar una conspiración contra la
corona con el apoyo de Portugal. A esta sublevación se la conoce
como La Conspiración de
Sevilla.
Gaspar Pérez de Guzmán y
Sandoval, IX duque de
Medina Sidonia era el jefe de la poderosa casa de descendientes de
Guzmán el Bueno
y el heredero del ducado más antiguo de cuantos habían otorgado los
reyes castellanos.
Sus posesiones en Andalucía eran tan
grandes que rivalizaban con las de la propia corona. Pero además, el
titular del ducado se convertía en Capitán
General de la Mar Océana y costas de Andalucía,
lo que da idea de su inmenso poder, acrecentado en este caso porque
su hermana, Luisa de Guzmán estaba casada con el Duque
de Braganza que se había impostado en Portugal.
Su pariente y jefe de una de las ramas
menores de la poderosa Casa de Medina Sidonia, era el VI Marqués de
Ayamonte, Francisco
Manuel de Guzmán y Zúñiga
y ambos emparentados con el Conde Duque de Olivares.
Pintura
del IX Duque de Medina Sidonia
Aprovechando el momento de debilidad
real, Portugal se independiza y en España, con los ejércitos
destrozados y dispersos por todo el territorio de la corona, se
planifica, en diciembre de 1640, la invasión de Portugal, pero con
una precariedad de medios tal que casi produce risa.
Estaba prevista la formación de
varios cuerpos de ejército que entrarían simultáneamente,
empujando al enemigo hasta el mar y ocupando las plazas que se vayan
venciendo y las que se entregasen sin resistencia. El duque de Medina
Sidonia, al mando de uno de los cuerpos de ejército sería el
encargado de reconquistar el Algarve. Su ejército lo formaría la
infantería de Sevilla y la Caballería de Granada, pero los fondos
para financiar las operaciones no existían y las órdenes que
emanaban del rey a través del Conde Duque de Olivares eran que eso
no debía constituir un pretexto, pues no se debía excusar medio
alguno en una empresa de aquella envergadura.
Tampoco había armas, por lo que se
encargó a una nave del duque de Nájera que fuera por todos los
puertos de soberanía española en el norte de África, recuperando
todas las que estuviesen arrumbadas en pañoles por inservibles y que
se trasladasen a Cádiz, donde serían reparadas. Si con esta acción
no había suficiente armamento para la tropa, debían confiscarse las
que los barcos y los particulares tuviesen, pagando su precio.
Pero no había con qué pagar, ni con qué reclutar levas que
sirviesen para completar las deficiencias de personal de los
ejércitos.
Cuando el duque de Medina Sidonia
quiso que se viera la realidad de la situación y quizás también
influenciado porque su hermana se sentaba en el trono lusitano, fue
acusado por el rey de desidia por no iniciar la campaña del Algarve.
El Duque de Medina Sidonia le contestó que de inmediato se ponía
manos a la obra y que traería al impostor portugués, su cuñado,
vivo o muerto, pero para eso necesitaba diez mil infantes, mil
caballos, cañones, mosquetes, arcabuces, picas y toda clase de
bastimentos de guerra que enumeraba concienzudamente y de los que no
disponía.
Tardó el rey en comprender la
realidad de la situación, pero parece que al fin la entendió y dejó
de presionar al duque de Medina Sidonia, incitándole ahora a que abriera
negociaciones con el impostor portugués bajo la amenaza de invasión
de un ejército a cuyo frente iría el propio Felipe
IV.
Es más que posible que a estas
alturas el duque estuviese saturado de tanta estupidez y
desconocimiento de la realidad, porque harto de hacer ver a los de la
corte que no había posibilidad de efectuar ninguna invasión, se
encontraba siempre con la prepotencia del monarca que, aconsejado por
su valido, no era capaz de comprender que era incapaz de mantener
bajo su cetro a toda la Península como había sido durante unos años
anteriores, convertidos ahora en un sueño efímero.
Las sospechas que en la corte se
tenían acerca de la lealtad que demostraba el duque, su pasividad
para invadir Portugal y las posibles maquinaciones para sublevar
Andalucía, se vieron confirmadas en el verano de 1641 por la
interceptación de una carta que el Marqués
de Ayamonte le dirigía
a su primo el Duque de
Medina Sidonia, carta
que por cierto no se puede constatar y que intervenida por un enviado
real llamado Antonio de Isasi, unida a los testimonios de dos frailes
llamados Nicolás de
Velasco y Luís
de las Llagas, así
como el prestado por el presidente de la Contaduría Mayor de
Cuentas, Francisco
Sánchez Márquez,
inician el proceso en el que se da por sentado la existencia de la
Conspiración.
Los dos frailes hablaron en la corte
de una supuesta conjura de los dos nobles primos andaluces, que se
cruzaba con la que facilitaba el Contador Mayor y que venía a decir
que estando preso en Portugal había escuchado a dos criados del
duque de Braganza, en ese momento impostor en el trono portugués,
que la armada portuguesa se estaba preparando para conquistar Cádiz.
Una corte abochornada por las
sublevaciones que se estaban produciendo en toda España, en total
bancarrota y casi aceptada ya la pérdida de Portugal, decide ejercer
una acción de fuerza contra aquellos dos nobles que representaban a
la casa más poderosa de la nobleza española y empleando la misma
maniobra que todavía tiene vigencia, iniciaron una maniobra de
ocultación de la realidad, presentando la posición real como de
máximo poder, cuando se enfrentaba a aquellos poderosos señores y
teniendo como única finalidad espesar la cortina de humo que
ocultara la realidad.
Los nobles fueron llamados a la corte
a cuyo llamado no acudió el Duque que, alegando enfermedad, se movió
rápidamente para buscar apoyos y tramar una verdadera conjura que
enfrentar a la trama urdida desde la propia corte. Pero ni los nobles
de Andalucía, ni la iglesia ni ningún estamento estaba a favor del
Duque.
Dice la crónica que se esperaba la
llegada de una flota franco-holandesa con la que hostigarían los
puertos más importantes, mientras que desde el interior se tomarían
las plazas clave, pero lo cierto es que no hay documentación que
acredite dicha aseveración, ni existía una fuerza de ejército con
la que llevar a cabo aquella acción que suponía una actuación
simultánea y contundente en los puntos más poderosos militarmente de Andalucía.
Si no se había podido invadir
Portugal y recuperarlo para la corona española, por carecer de
fuerzas y pertrechos imprescindibles para cualquier acción militar,
mal se podría dispersar la escasa fuerza existente para atacar
plazas como Sevilla, Cádiz, Córdoba o Granada, muy fuertes en
aquellos momentos, al menos lo suficiente como para oponer una feroz resistencia.
Pero el rey se empeña en probar que
los dos primos andaluces, en connivencia con el nuevo rey de Portugal
y ayudados por potencias extranjeras, han pretendido una sublevación
de Andalucía para extirparla de la corona; claro que probar todo eso
sin ninguna constancia evidente de la conjura, del apoyo portugués y
de lo que es más importante, sin que se haya visto en las costas
andaluzas ni una sola vela, y muchísimo menos una flota, es tarea
ardua.
Pero, como viene ocurriendo desde
siempre, es mucho mejor que se hable de eso que no de lo que
realmente está ocurriendo en España, porque ya se ha relatado que
la imposibilidad de pertrechar un ejército, hace imposible recuperar
todo un reino, con sus colonias, como es el reino de Portugal. Y uno
se pregunta acerca de la inmensa cantidad de dinero y riquezas en
otras especies que llegan desde las Américas. ¿Qué pasa con todo
ese inmenso caudal que constantemente están llegando a los puertos
españoles? ¿Cómo puede estar en la ruina un país que recibe esa
ingente cantidad de riquezas?
Las razones se han estudiado y parecen
claras, pero hay que apuntar, además de la mala administración, la
falta de producción del país y otras causas a las que nos acarreó
el hecho de creernos ricos para siempre, la tremenda corrupción
instalada en todo el país.
No solamente es culpable de no
producir un país en el que se dice, como un triunfo: ¡Que trabajen
ellos!; es también responsable de la mala administración, la falta
de energía en el mando, la desidia y abulia de reyes que dejan en
manos incompetentes el gobierno del más poderoso país del mundo.
Y ahora hay que esconder la verdad
tras la existencia de una conjura contra la corona. Parece como si el
tiempo se hubiera detenido y aún estuviéramos viviendo las mismas
historias de antaño: la política de la cortina de humo, para
ocultar que lo que antes nos llegaba de América y ahora fue de la Unión Europea, lo malgastamos sin aplicarlo a lo que luego nos iba a ser
necesario.
La trama continuó y el Marqués
de Ayamonte terminó en
prisión, de la que, de momento se salvó el Duque
de Medina Sidonia y las
cosas siguieron por malos derroteros.
Fueron años de peregrinar de una a
otra prisión, de soportar cientos de interrogatorios, para terminar,
el de Ayamonte, en 1648, condenado a muerte y ajusticiado en el
Alcázar de Segovia, muriendo por decapitación.
El de Medina corrió mejor suerte,
porque conservó la vida pero perdió una parte muy importante de su
patrimonio y la Capitanía de la Mar Océana.
La Fundación
Casa Medina Sidonia, a
través de una página en Internet, pone a disposición de cuantos
quieran conocer la realidad de aquella Conspiración, toda una
prolija documentación en donde se ajustan cuentas al real y se
explica la cronología de unos acontecimientos que no ocurrieron nada
más que en la intención de los gobernantes de ocultar su ineptitud
tras una trama ficticia. En esta dirección pueden encontrarla:
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