Publicado el 1 de agosto de 2010
Una de las muchas ventajas con la que
contamos los que recibimos una educación centrada en el esfuerzo
personal, el estudio, el sacrificio, la entrega y en la constante
presencia de valores que entonces se consideraban fundamentales, es
que tuvimos la fortuna de encontrarnos con magníficos profesores que
aparte de transmitirnos sus enseñanzas, nos ilustraban con su
extraordinaria cultura, con sus conocimientos, y, sobre todo, con su
amenidad. Lamentablemente, buena parte de aquellos preceptos que se
señalaban como indispensables en nuestra educación fueron dejando
jirones de su esencia en el agreste camino por el que nos vamos
conduciendo todos y por el que, me da la impresión, seguiremos
algunos años más.
Guardo muy buenos recuerdos de algunos
profesores que tuve a lo largo de mi vida estudiantil y tengo que
reconocer que algunos de ellos me han marcado muy profundamente,
hasta el punto de haberme referido a ellos en otros artículos
anteriores. Uno de estos profesores, al que por desgracia disfruté
por poco tiempo, fue un policía que daba clases en la Escuela
General de Policía, cuando ingresé en el Cuerpo en el año 1969.
Se llamaba Eduardo
Comín Colomer y no era
un profesor cualquiera. Era el director de la Escuela y sobre todo
era el hombre que más sabía en España sobre la Masonería.
Pero no es para hablar de Masonería
para lo que traigo a colación a don Eduardo,
sino para narrar una historia que contó un día en clase y que los
acontecimientos que se están celebrando a día de hoy en Madrid, me
los han traído a la memoria.
Hoy, a estas horas en las que cada día
dedico un rato a la escritura, acaban de dar un reportaje por
televisión sobre la celebración del primer siglo de existencia de
una emblemática calle de Madrid. Hoy, cinco de abril de dos mil
diez, hace un siglo y un día que se iniciaron las obras de derribo
de los viejos edificios que imposibilitaban la comunicación de la
calle de Alcalá, con las zonas norte de la ciudad; que impedía
poner en comunicación los barrios emergentes de Argüelles y
Salamanca y descongestionar la Puerta del Sol.
Realmente era un proyecto necesario,
pero muy costoso porque se hacía preciso expropiar y demoler más de
trecientos edificios, y una treintena de manzanas de casas.
En esa obra tan impresionante, el
Ayuntamiento de Madrid realizó una ingente labor que hoy, su actual
alcalde, ha rememorado.
Rebuscando entre mi memoria y entre
los papeles que a veces inundan mi mesa, estaba seguro de que yo
conocía al que en ese momento de la inauguración de las obras era
el Alcalde de Madrid y, efectivamente, después de un rato de
búsqueda, di con la persona, la cual fue personaje en una de las
historia que conté tiempo atrás y que está recogida en mi libro,
recientemente publicado denominado Retratos de la Historia. Se
trataba de José Francos
Rodríguez, más
conocido como Juan
Palomo, pseudónimo con
el que firmaba sus muchos artículos en la prensa el que fuera
médico, escritor y político de principios de siglo XX.
Como es natural, la inauguración de
la obra requería de todo el boato necesario y por eso el Alcalde y
el Presidente del Gobierno, en aquel momento José
Canalejas Méndez,
acompañaron a los reyes don Alfonso
XIII y su esposa, doña
Victoria Eugenia
y a las infantas Isabel
y María Teresa,
que con la Reina Madre, doña María
Cristina, dieron al
acto todo el realce necesario. Después de escuchar los discursos de
rigor, el rey descendió de la tribuna y con una piqueta de plata que
le cedió el párroco de la iglesia de San José, comenzó a demoler,
simbólicamente, la casa del cura, edificio anexo al templo.
Y se iniciaron unas obras que duraron
años y años y que fueron embelleciendo una de las calles más
emblemáticas del Madrid actual, aunque ciertamente en el momento
presente ha perdido parte del prestigio del que gozó décadas atrás.
Foto
coloreada del inicio de la Gran Vía
Y pensando en este acontecimiento y en
las personas que en el intervinieron, fue por lo que me acordé de mi
profesor Comín Colomer.
Este personaje es clave cuando alguien
quiere documentarse sobre la historia de la Masonería en España.
Cuando ingresó en el entonces llamado Cuerpo General de Policía, al
terminar la Guerra Civil, fue destinado a una unidad dedicada a la
investigación de la masonería y así recorrió toda España,
interviniendo documentación, instruyendo diligencias, confeccionando
informes y, en fin, adquiriendo unos conocimientos que luego fue
plasmando, hasta el extremo de que en Biblioteca Nacional existe un
fondo documental compuesto por toda clase de información,
compendiado en más de diez mil quinientos volúmenes que tiene el
nombre de Fondo Comín
Colomer y que fue
donado por su esposa a la muerte del policía y escritor, en 1975.
Es cierto que más que estudio sobre
la masonería, la obra recopilada por Comín
Colomer, está enfocada
desde la perspectiva de la “antimasonería”, pues él se
declaraba frontal enemigo de lo que suponía una secta gravemente
peligrosa para España.
De todas las maneras, en los fondos
bibliográficos, solamente setecientos volúmenes son referentes a la
masonería, el resto está relacionado con el Comunismo, el
Anarquismo, las Internacionales, el Sionismo y otros movimientos
considerados proscritos en aquellos tiempos.
Pero don Eduardo,
sea cual fuere su ideología política, era un profesor ameno,
campechano, que hablaba y hablaba sin mirar jamás un guión y que
embelesaba a la clase con sus explicaciones, una de las cuales he
recogido para título de este artículo.
Y aunque piense alguien que me estoy
enrollando en episodios discordantes, lo que es cierto, al final todo
tiene su nexo de unión.
He dicho más arriba que era José
Canalejas el Presidente
del Gobierno, pues bien, este político lideraba el Partido Liberal
Democrático, representando el ala más izquierdista de la sociedad
política española de aquella época. Tan izquierdista como su
sistema de gobierno, la monarquía, era capaz de permitir.
Retrato
de José Canalejas
Pero aún así, Canalejas
ha pasado a la Historia por su decisivo papel en la idea de la
necesaria intervención del Estado en materia social y laboral,
verdadero germen en el que luego se ha sostenido lo que se ha venido
en llamar Estado del Bienestar. Otra de sus aportaciones fue lo que
se dio en llamar Ley
Candado, una ley que
suponía la secularización de la sociedad con separación real y
efectiva entre Iglesia y Estado, tan unidos en aquella época y que
no aceptó el Vaticano, como es de suponer, pero que significó la
inmediata limitación a la implantación de las órdenes religiosas y
su expansión.
Otra aportación suya fue el servicio
militar obligatorio, que ha durado hasta hace bien pocos años. La
última y que continúa vigente es la opción que existe actualmente
de jurar o prometer, cuando se toma posesión de un cargo público;
hasta ese momento la promesa no se aceptaba como signo de compromiso.
Canalejas
era Presidente del Gobierno el día 12 de noviembre de 1912. Esa
mañana del frío otoño madrileño, salió de su casa en la Calle
Huertas para dirigirse al Palacio de Oriente a despachar con el rey,
regresando luego a su casa con tiempo suficiente como para bajar
andando hasta el Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol,
en donde tenía convocado Consejo de Ministros. Poco antes de las
once y media de la mañana y cuando sin ninguna escolta de protección
llegó hasta la Puerta del Sol, se detuvo en el escaparate de la
Librería San Martín, casi esquina con la Calle de las Carretas y
ante la que el político solía detenerse a contemplar las
novedades literarias.
Cuando estaba entretenido, leyendo los
títulos de los ejemplares expuestos en el escaparate, un joven se
acercó por detrás y desde su lado izquierdo le descerrajó tres
disparos con una pistola Browning de grueso calibre. El primero de
los disparos le entró a Canalejas por el lóbulo de la oreja
izquierda y salió más o menos a la misma altura del lado derecho.
Sus efectos fueron mortales de necesidad y el Presidente del Consejo
de Ministros, como entonces se denominaba al Presidente del Gobierno,
cayó al suelo. No por eso el asesino dejó de apretar el gatillo,
pues otros dos disparos impactaron contra el cuerpo del Canalejas y
contra la luna del escaparate, la cual saltó hecha añicos.
Dentro de la librería, su dueño fue
alcanzado, quizás por el rebote de una de las balas, quizás por una
esquirla del cristal del escaparate.
El asesino trató de huir, pero entre
un guardia del Cuerpo de Asalto que casualmente pasaba por el lugar y
el conserje de un edificio cercano, consiguieron acorralarlo, ante lo
cual, el anarquista, posiblemente creyendo que no se libraría de un
linchamiento, se disparó dos veces, cayendo al suelo mortalmente
herido.
Canalejas fue retirado hasta el
Ministerio de la Gobernación, el emblemático edificio de la Puerta
del Sol, hoy sede del Gobierno de la Comunidad Autonómica de Madrid,
pero los médicos que allí le asistieron no pudieron más que
certificar su defunción.
El asesino fue trasladado a la Casa de
Socorros de la Plaza Mayor, en donde fallecía pocas horas después,
sin haber recobrado el conocimiento.
Entre sus pertenencias se encontró
una cédula de nacimiento en la que se le identificaba como Manuel
Pardinas Serrano,
nacido en El Grado (Huesca) el día uno de enero de 1886. Era hijo de
un carabinero y conocido como peligroso anarquista.
Cuando el rey fue informado del
luctuoso suceso, se presentó en el Ministerio, en donde el cuerpo
sin vida del político se había expuesto en un salón que desde
entonces es conocido como Salón Canalejas. Recibieron al monarca
todas las autoridades allí concentradas, entre las que estaba el
Jefe Superior de Policía de Madrid, el cual se acercó al monarca
para informarle que el asesino que había muerto, se encontraba
fichado por la Policía de Madrid como un peligroso terrorista.
El rey, mirando despectivamente al
Jefe de Policía, dicen que le respondió: “Pues sí que han
vigilado ustedes bien”.
Cuando su esposa pudo por fin
sobreponerse de la conmoción que le produjo la noticia de la muerte
de su marido, contó a los presentes que Canalejas
llevaba varios días preocupado y que al preguntarle ella cuál era
el motivo de su zozobra, éste le había respondido que estaba
temeroso porque se había perdido la pista de un hombre muy
peligroso. Cuando ella le preguntó quién era, su marido le
respondió que un anarquista al que controlaban en Francia y que
había dado esquinazo al policía que le estaba siguiendo. Su esposa
dijo que el Presidente le comentó que el anarquista en cuestión se
llamaba Pardinas y que estaba seguro de que les daría algún
disgusto.
Lo que quizás no podía imaginar el
político es que el disgusto les fuera a caer tan cerca.
Cuando el profesor Comín
relataba estos hechos, concluía desdramatizando un poco la historia
con una especie de chascarrillo en el que más o menos venía a decir
que tras el luctuoso suceso, los técnicos en balística pudieron
comprobar que la bala que mató a Canalejas era la que había hecho
el recorrido más largo de toda la historia, pues había salido de
Sol, matado a Canalejas, atravesado la Luna y llegando hasta el
cielo, hirió a San Martín.
Nota.- Un buen amigo y tocayo, José María de Vicente, experto en armas, me hace una aclaración que deseo incorporar. "La Browning en cuestión era del calibre .32ACP, en nomenclatura americana, que en su equivalencia europea sería 7,65X17SR.
En definitiva, un calibre 7,65, pequeño pero "matón", por su gran capacidad de penetración".
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