Publicado el 20 de junio de 2010
Ya estamos cansados de leer y escuchar
todo lo que se nos ha venido encima con esta crisis que por dos años
lleva golpeando la economía mundial.
Las causas han sido varias, pero a lo
que parece, esa cosa de las hipotecas “sub
prime”, han sido el
desencadenante de la situación.
Las “sub−prime”
han caído porque se ha desinflado la “burbuja
inmobiliaria”. Los
bancos, que prestaron alegremente su dinero, no lo recuperan y no
prestan más. Ya nadie compra pisos y casi nadie los construye. Los
que ya están hechos, esperan ansiosos un comprador y los compradores
esperan, más ansiosos, que los precios bajen más.
Y todo se ha producido por culpa de
una burbuja.
Lo decimos así, lo escuchamos así y lo leemos así y yo no me había
preocupado por saber que era eso de la burbuja.
Claro que entiendo lo que es una
burbuja: es algo parecido a una pompa de jabón. Algo tan real como
sutil y tan frágil como el silencio, que se rompe nada más
pronunciarlo.
La burbuja inmobiliaria, la burbuja
financiera, la burbuja económica, hasta las burbujas Freixenet,
todas, más tarde o más temprano, acaban explotando y causando
graves problemas.
Pero ¿desde cuando existe la cosa esa
de las burbujas? Hasta hace unos pocos años no teníamos constancia
de que tal fenómeno existiera. Parece como si con el crecimiento
económico de finales del pasado siglo, se hubiese producido por
primera vez ese fenómeno para el que se ha aplicado un nombre tan
expresivo como sonoro: Burbuja.
Y por mi curiosidad natural, comencé
a averiguar lo que pudiera sobre el tema.
Lo primero fue aprender lo que es
realmente una burbuja económica y eso fue fácil. Hay libros,
periódicos e incluso Internet, para documentarse. Luego quise saber
desde cuando se producen las famosas burbujas y aquí me llevé una
sorpresa mayúscula.
Todos lo sabemos, pero para aclarar un
poco lo que después me sorprendió, me gustaría sintetizar al
máximo el concepto de burbuja. Este fenómeno se produce cuando un
bien cualquiera se somete a la especulación y empieza a valorarse
por encima de su valor real. El precio empieza a subir y a producir
grandes beneficios, suficientes para que nuevos especuladores deseen
entrar en la rueda y así el precio sigue creciendo. Hasta que ya no
hay compradores y los que han adquirido el bien, para venderlo, no
tienen más remedio que empezar a bajar el precio si es que quieren
colocarlo.
Las burbujas se comportan conforme a
dos reglas fijas: la primera es que suelen inflarse por más tiempo
del que se espera; y la segunda es que, indefectiblemente, terminan
por explotar.
A la vista de lo expuesto parece
razonable pensar que ese fenómeno es propio de los tiempos modernos,
ya que no muy lógico pensar en especulación en épocas pretéritas
en las que la gente no tenía casi nada que no fuera para comer y mal
vestirse.
Las clases artesanales, los siervos,
los agricultores y ganaderos de la Edad Moderna no podían pensar
nada más que en trabajar para subsistir. De qué manera se iban a
dedicar a especular sobre cualquier bien.
Las clases nobles estaban a lo suyo, a
recaudar fondos para sus diversiones y desde luego no para dedicarse
a especular con ellos.
Por último, los comerciantes eran los
únicos que podrían haber especulado, pero a las enormes
dificultades que presentaba la actividad comercial, en donde los
transportes eran lentísimos, la demanda escasa y la oferta mucha, no
parece que pudieran haber agregado la carga especulativa, que les
hubiera dificultado más la adquisición de sus mercancías.
Pero a pesar de que las
circunstancias, el clima económico y la situación socio-política,
por las que la civilización ha pasado en los últimos veinte siglos,
no han sido de lo más propicias al movimiento especulativo, lo
cierto es que especulación ha habido desde siempre y “burbujas”
también.
Hace poco leí en prensa un artículo
sobre cual fue la primera burbuja financiera de la historia que se
desinfló y para mi sorpresa el hecho había ocurrido hacía muchos
años, concretamente en Holanda, en 1637.
En la Tierra de los Tulipanes, tuvo
que ser esta planta la que produjese la primera manifestación de
crisis económica.
Como todos sabemos, el tulipán es una
planta bulbosa, de la familia de las liliáceas. Procede de la zona
norte de Afganistán, la Cordillera Pamir, una de las estribaciones
del Himalaya y fue introducida en Europa por un embajador austriaco
en Turquía (entonces Imperio Otomano), llamado Ogier
Ghislain de Busbecq que
los vio plantado en una ciudad llamada Andrianópolis. Al volver a
Viena, en 1544 llevó consigo algunos bulbos que se plantaron en los
jardines imperiales de la ciudad. Pero fue cincuenta años más tarde
cuando Charles de
L’Ecluse, conocido
como Carolus Clusius,
un eminente botánico de finales del siglo XVI, llevó a Holanda
bulbos de tulipán, los cruzó y cultivó, despertando, con las
bellas flores de estas plantas, una afición a su cultivo que se
conoció como Tulipomanía.
Fue tal el furor que se desató entre
la población que los tulipanes empezaron a alcanzar unos precios
desorbitados. En la década de 1630, se produjo ya una histeria
colectiva, que hizo que el producto alcanzase un precio que jamás
podría estar justificado, hasta que un día de1635, se llegaron a
pagar cien mil florines por cuarenta bulbos y un bulbo de la Semper
Augustus,
el más preciado de los tulipanes, llegó a alcanzar el precio de
cinco mil quinientos florines que podía ser el precio de una granja
mediana.
Semper
Augustus, variedad hoy extinguida
Cualquier persona de clase acomodada
tenía que poseer tulipanes plantados en su jardín, en una maceta, o
en un platillo con agua. Por comprar un bulbo, un campesino era capaz
de vender un caballo o dos vacas.
A la enorme fiebre desatada, una
especial característica que se daba en los tulipanes holandeses venía a proporcionar un aliciente más y es que sin que se supieran
las razones, los bulbos de plantas de unas determinadas
características, cambiaban sus colores, apareciendo como
completamente novedosos, lo que hacía más deseada su posesión. Los
cultivadores de la época no podían encontrar razones para tanta
veleidad en la flor más preciada de Holanda y solamente hacían que
fomentar la ambición de las gentes a poseer aquellas joyas florales.
No fue hasta muchos años después que se descubrió que un pulgón
que afecta a la planta con mucha asiduidad, le produce una enfermedad
provocada por un virus que le inocula con su picadura para succionar
el néctar de su flor, y este virus hace a la planta cambiar su
colorido.
Una curiosidad biológica que
contribuyó a la fiebre posesiva que se había desatado. Muchas
familias vendían sus casas y empeñaban sus joyas por poseer un
bulbo. Muchos comerciantes ganaron verdaderas fortunas adquiriendo
estos bulbos en Turquía y vendiéndolos en los principales mercados
de los Países Bajos.
Es necesario, para centrarnos un poco
en el momento histórico del que estamos hablando que hagamos un
pequeño paseo por la Holanda de la época.
Entonces a la zona se la llamaba
Flandes, lo que ya nos puede dar una idea más centrada y en ella,
nuestros famosos Tercios se estaban batiendo el cobre. Es la época,
algo posterior a la toma de Breda, inmortalizada en el famoso cuadro
de Velazquez y las importantes victorias españolas. Es la época que
en España reina Felipe IV y que nosotros nos hallamos guerreando en
medio mundo.
Pues bien, en aquella época, una
sociedad mucho más avanzada que la nuestra, debido quizás al
luteranismo que en la Europa del norte ha liberado notablemente el
encorsetamiento al que seguía sometido el estado español, se bebe
los vientos por tener en su casa una flor, a la que han llamado
tulipán porque su nombre verdadero no es conocido y porque, como
procede a los exóticos países en donde los hombre usan turbantes,
se ha asemejado esta flor a la prenda conocida como “Tulbend”,
nombre turco del turbante.
Pero la flor que se convirtió en el
símbolo de Holanda, aunque fuera redescubierta por un austríaco,
fue realmente introducida en Europa a través de Al
Andalus, el reino
musulmán de Andalucía, en donde un botánico llamado Abu
l Jayr, en un compendio de botánica llamado Umda,
describe cómo estos bulbos eran traídos desde Anatolia por un
toledano llamado Ibn
Massal, que los
cultivaba en su tierra.
Lo cierto es que la pasión por los
tulipanes trajo consecuencias funestas para la economía de Holanda
porque de la noche a la mañana, aquel que había pagado una fortuna
por una docena de bulbos, observó con desesperación que no había
quien se los comprara. El alto valor, puramente especulativo, se
había desinflado y lo que valía una fortuna, de manera totalmente
artificial y ficticia, volvía a su valor natural, produciendo un
desplome de la economía de la que Holanda tardo muchos años en
reponerse.
Fue esta la primera burbuja de la que
se tiene noticia, pero unos años después, menos de un siglo, hubo
otro acontecimiento financiero que también produjo unas devastadoras
consecuencias.
Ahora fue en Francia y en el inicio
del siglo XVIII. Se le atribuye, injustamente a un cerebro de las
finanzas y de la economía moderna: John
Law, un escocés
inventor del papel moneda tal como hoy lo conocemos.
Éste individuo, que por sí solo
merece un artículo, convenció al gobierno francés para que le
permitiera crear el Banco General y que le autorizara la circulación
del papel moneda respaldado por oro. Con esta fórmula se empieza a
funcionar en las colonias americanas, en donde se crea la Compañía
de Occidente, en la Louisiana Francesa. En 1720, se fusionan el Banco
General que ha cambiado su nombre por el de Banco Real y la Compañía
Francesa de las Indias, en la que se ha convertido la Compañía de
Occidente y Law
es nombrado Inspector General de Finanzas a principios de enero de
aquel año. Dos meses más tarde se produce la bancarrota cuando los
accionistas quieren recuperar su oro y solo obtienen papel.
En realidad la culpa fue de la
ambición gubernamental que a espaldas del Inspector de Finanzas,
ordenó imprimir tres mil millones de libras que no estaban
respaldadas por oro, lo que produjo una inflación insostenible que
impulsó a los accionistas a recuperar sus depósitos, los cuales no
existían, obviamente y así se produjo el estallido de aquella otra
burbuja financiera.
Desde entonces hacia acá, solamente
hay que revisar las hemerotecas para ver que cada cierto tiempo una
burbuja se desinfla, como ocurrió en Japón en los años ochenta y
como seguirá ocurriendo mientras los seres humanos queramos ganar
más de lo que se debe y puede.
Las burbujas son producto de la
locura, de la histeria colectiva y sus consecuencias son funestas y
esto me hace recordar un cuadro que está colgado en las paredes del
Museo del Prado de Madrid. Es una tabla del insigne pintor flamenco
Hieronymus Bosch,
conocido por El Bosco
que pintó en los finales del siglo XV y en la que ridiculiza a los
cirujanos, médicos y curanderos de la época. La tabla se titula La
extracción de la piedra de la locura
y en ella se ve a un cirujano que por gorro lleva un embudo de
hojalata, en clara alusión irónica a la falta de seriedad,
trepanando el cráneo a un rollizo paciente al que de su interior
extrae no la piedra de la locura, sino Un
Tulipán.
La
extirpación de la piedra de la locura
Quizás fue una obra profética con
mucho más sentido del irónico que se le ha dado al cuadro, porque
el tulipán produjo, sin lugar a ninguna clase de duda, una locura
colectiva que solamente cesó con la extirpación traumática de la
“piedra de la locura”, de las cabezas de comerciantes y
ciudadanos de la época. Y lo que sin duda para los pacientes de
aquellas cruentas y salvajes operaciones terminaba en la muerte, la
explosión de la primera burbuja financiera, también arrastró
luctuosas consecuencias a la sociedad de la época.
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