Publicado el 17 de mayo de 2008
Lo describió el ilustrado español, padre Benito Feijoo
y lo incluyó nada menos que en su obra más inmortal y trascendente:
El Teatro Crítico Universal (Tomo VI, Discurso VIII).
Pero aún así, ¿es obligado creer la historia de este Hombre-Pez?
El relato del padre Feijoo contiene toda suerte de
detalle y que en síntesis viene a decir: Liérganes es
un lugar cercano a la villa de Santander, en la montaña cántabra y
más concretamente en el valle del Pas. Allí vivían, a mediados del
siglo XVII una familia compuesta por Francisco de la Vega y María
del Casar, padres de cuatro hijos. Al morir el padre, la mujer se vio
en la imposibilidad de alimentar a sus hijos y se desprendió de
algunos y así mando al segundo de ellos, de nombre Francisco, como
su padre, a que aprendiese el oficio de carpintero en Bilbao. La
víspera del día de San Juan del año 1674, Francisco, que era un
buen nadador, fue con unos amigos a bañarse a la Ría. El chico se
desnudó y entró en el agua, nadando en dirección al mar. Sus
amigos no temieron por él hasta pasadas varias horas, cuando al no
verle regresar pensaron que se había ahogado. La noticia de su
fallecimiento llegó hasta su madre que lloró la desgracia.
Benito Jerónimo Feijoo y
Montenegro
Pasaron cinco años sin que se tuvieran noticias del joven cuando a
unos pescadores que faenaban en las costas de Cádiz, se les apareció
un ser extraño, con apariencia humana que desapareció en las aguas
cuando los pescadores quisieron atraparlo para averiguar de qué se
trataba.
La inquietante aparición se repitió durante varios días, hasta
que los pescadores, usando las mismas triquiñuelas que se usan en la
pesca, consiguieron atraerlo con cebos, cercarlo con sus redes y
capturarlo. Al izarlo a cubierta pudieron comprobar con asombro que
se trataba de un hombre de apariencia joven, de cabello rojizo,
fuerte y corpulento que presentaba una especie de escamas en la
espalda y en el pecho. Los pescadores lo sujetaron, pues aquella
criatura quería volver al mar y lo llevaron a tierra, entregándolo
en el convento de San Francisco, de la capital gaditana, en donde,
después de un ritual para ahuyentar a los espíritus malignos que
pudiera encerrar, empezaron a interrogarlo en cuantos idiomas
conocían los frailes y las personas doctas llamadas a consulta.
La labor era infecunda hasta que varios días después, de la boca de
aquella criatura salió la palabra Liérganes.
Ciertamente Liérganes no es una palabra muy conocida y
menos en Cádiz, situada en la otra punta del mapa en relación con
el lugar, así que durante varios días los frailes estuvieron tan
despistados como antes de que hablase, hasta que la palabra llegó a
oídos de un mozo procedente de La Montaña, de los que aquí llaman
“Chicucos”, el cual comentó que en
su tierra había un villorrio, cercano a Santander, conocido por ese
nombre. De inmediato se cursaron misivas a religiosos de Santander y
de aquel pueblo, poniendo en conocimiento lo sucedido en Cádiz, y
con el ruego de que alguien se entrevistase con la gente de aquella
desconocida aldea del valle del Pas.
Tardaron en contestar y la respuesta no venía a aclarar nada, pues
decían que allí no había ocurrido nada extraordinario que pudiese
ser relacionado con lo sucedido en Cádiz, y que solamente, cinco
años antes, se había ahogado un chico cuando nadaba en un río de
Bilbao. La respuesta, que desazonaba a casi todos, produjo cierta
curiosidad en uno de los frailes postulantes, Fray Juan Rosende
que se hallaba de paso por el convento y que deseoso de comprobar si
el chico ahogado y el extraño ser rescatado de las aguas de la bahía
eran la misma persona, se lo llevó en su viajar postulante y un año
después se hallaba a un cuarto de legua del pueblo de Liérganes.
Antes de llegar a la pequeña villa, en un punto del camino que
llaman La Dehesa, se detuvo y pidió al chico que lo condujera. Éste
lo hizo así, sin dudar un momento del camino que debía tomar hasta
llegar al pueblo y, una vez allí, dirigirse a la casa de María
Casar, su madre, en donde ésta lo reconoció de inmediato como su
hijo desaparecido seis años atrás. También lo reconocieron sus dos
hermanos que permanecían en el pueblo y buena parte de los
habitantes del mismo.
Liérganes: Portada de la
casa de José A. de la Vega, posible
familiar del protagonista,
construida en 1716
El extraño joven se quedó con su familia y allí permaneció
durante nueve años, casi sin hablar, fuera de algunos monosílabos
inconexos que no guardaban relación alguna con sus apetencias.
Andaba desnudo, si no se le obligaba a vestirse y cumplía con
diligencia cuanto se le encargaba, pero jamás mostró interés por
nada. Comía con fruición y luego se pasaba varios días sin probar
bocado.
Un buen día, volvió a desaparecer en el mar y nunca más se volvió
a tener noticias de él.
Una historia enigmática que pone la piel de gallina, o mejor dicho,
de pez, pero no insólita, pues antes del ilustrado Feijoo,
otros muchos se ocuparon de las extrañas criaturas que se refugiaron
en las aguas.
Sin ánimo de cansar, el escritor lidio Pausanías,
autor de la primera “guía turística de la historia”, al tratar
de mitos y leyendas hizo alusión a estas criaturas y Antonio
de Torquemada -que nada tiene que ver con el inquisidor- en
El Jardín de la flores curiosas, hace también
relación de “hombres marinos”.
También resulta curioso y enigmático que Benito Feijoo,
tan crítico con la superchería de su tiempo, otorgase carta de
naturaleza a este suceso y, más aún, que agregase otro que ya había
sido tratado con anterioridad por algunos autores.
En esta ocasión, se refiriere a “Pesce Cola” o
“Peje Nicolao”, la historia de un siciliano,
natural de Catania, que vivió allá por los finales
del siglo XV. Este hombre no vivía permanentemente en el agua, como
el de Liérganes, pero era capaz de salvar enormes distancias en
cualquier condición que estuviese la mar. Por eso lo empleaban como
correo entre el continente y las islas italianas. Decían que era
capaz de estar una hora debajo del agua, sin respirar. Su fama era
tal que llegó a oídos del Rey Federico I de Nápoles y Sicilia,
el cual quiso ponerlo a prueba y a la vez conocer la verdad acerca de
la antigua leyenda, según la cual, en el Estrecho de Mesina,
habitaban “Escila y Caribdis”, dos horribles
monstruos marinos de la mitología griega que formaban inmensos
remolinos que se lo tragaban todo. Para ello, arrojó una copa de oro
al mar y le prometió que si la recuperaba sería para él. Nicolao
la recuperó después de cuarenta minutos buceando: “salió
arriba con ella en la mano. Informó al Rey de la disposición de
aquellas cavernas, y de varios monstruos acuátiles, que se anidaban
en ellas”. Luego el rey arrojó otra copa y una bolsa de
monedas de oro. Pesce Cola no quería volver a
sumergirse, pero forzado por las circunstancias, lo hizo, no
volviéndosele a ver nunca más. ¿Pereció Nicolao
tragado por uno de aquellos remolinos mitológicos, o recogió la
copa y la bolsa de oro y se marchó buceando para no ver más al rey?
Siempre será un enigma.
El doctor Marañón, hombre de ciencia con
conocimientos actualizados, incluso avanzados para su época, ha
creído encontrar explicación científica a estos fenómenos y
argumenta toda una teoría acerca de la existencia de enfermedades o
taras psíquicas que pueden condicionar la vida de ciertas personas.
En este caso don Gregorio, en su libro “Las
ideas biológicas del Padre Feijoo” propone que Francisco
de la Vega, muy probablemente, padecía de cretinismo, una
enfermedad común de la época y que se daba sobre todo en zonas
montañosas como la de Santander. El cretinismo detiene el desarrollo
intelectual y físico de las personas, a la vez que produce ciertas
deformaciones, lo que casa muy bien con el hombre-pez de Feijoo,
al cual presenta como un idiota, casi mudo, que busca refugio en la
soledad y vaga por tierra, e incluso por mar, hasta que aparece en
Cádiz, a donde no pudo llegar nadando. Su habilidad en la natación
y su capacidad para resistir en inmersión la explica como
consecuencia de una insuficiencia tiroidea frecuente en personas que
padecen ictiosis y que disminuye la necesidad de
oxigenar las células del organismo.
La ictiosis que viene del griego “ichtys”
que significa pez, es una extraña enfermedad crónica y hereditaria
que se caracteriza por la aparición de escamas en la piel que son
consecuencia de la acumulación de células muertas que se sueldan
profundamente debido a problemas metabólicos.
Es una explicación científica a algo que se presenta sin muchos
detalles y por tanto es arriesgado y muy de agradecer, por su
valentía, aventurar una hipótesis. También Feijoo
aventura sus teoría sobre la falta de respiración y en una de
ellas, que se basa en una exposición del célebre médico Galeno,
se lee lo que, sin ánimo de ironizar, se transcribe a continuación:
“la respiración no es necesaria en la vida de los animales
para otra cosa, que para templar el nimio ardor del corazón, y la
sangre. En esta opinión se puede entender bien, que los que se
habitúan a vivir en el agua, como los peces por naturaleza, y los
Buzos por oficio, no necesiten de respirar tan frecuentemente, como
los demás animales. El agua les refrigera el corazón, y la sangre,
con lo que se suple la falta del aire”.
Sobran comentarios a las doctas explicaciones de Galeno
que Feijoo refiere aunque más adelante, parece haber
encontrado otra razón a la falta de respiración y esta vez la
centra en: “el espíritu nitroso, que reside en el aire,
conserve en su fluxibilidad, y movimiento la sangre, la cual sin el
socorro de este espíritu animoso, o animante, dicen los autores de
esta sentencia, se coagularía”.
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