PUBLICADO EL 24 DE MAYO DE 2008
Hace tres mil quinientos años el mundo era pequeño. Para los
occidentales se limitaba al Mar Mediterráneo y la tierra que lo
circunda. A su alrededor habían comenzado a florecer, una a una, las
diferentes civilizaciones que luego se fueron sucediendo en el curso
de la historia: Egipto, Creta, Fenicia, Grecia, Roma. Hace tres mil
quinientos años la supremacía correspondía a Egipto y Creta. Eso
es al menos lo que la historia ortodoxa nos ha dicho, luego están
las especulaciones, los relatos de historiadores y filósofos y poco
más.
De entre este apartado de pseudo historia, merece un lugar
preferente el que nos habla de La Atlántida. En su
obra de diálogos Critias, Platón
menciona a una civilización habitante de una isla o continente que
desapareció para siempre tragada por las aguas.
Esta isla, llamada Atlántida, se situaba tras las
columnas de Hércules. Tradicionalmente, las columnas de Hércules
cerraban el Mare Nostrum, el mundo conocido, por lo que
es muy probable que conforme el mundo se fuera haciendo más y más
grande, como consecuencia de la expansión de las culturas, las
columnas se fueran alejando hasta que, por muchos siglos,
permanecieron ancladas en las costas de la Hispania Ulterior
(Andalucía) y la Mauritania Tingitania (Marruecos)
y más concretamente en los actuales enclaves de Ceuta y Gibraltar.
Hace más de tres mil quinientos años, el mundo terminaba casi
donde empezaba y, además, era plano. En esa planicie, había tierra
seca, islas y mar y entre esas islas, hubo una de la que se habla muy
poco, pero que tiene una importancia tremenda en el devenir de las
civilizaciones occidentales.
Es la Isla de Thira ó Santorini, como se la ha
conocido posteriormente, una isla volcánica, perteneciente al
archipiélago de las Cícladas a unos doscientos
kilómetros de la Grecia continental, en pleno Mar Egeo.
Caldera de la isla de
Santorini
Esa isla, como las demás de su entorno, experimentó en tiempo una
gran actividad volcánica, a la vez que desarrollaron una cultura
importante.
En cierto momento, allá por el siglo XV antes de la cronología
cristiana, la actividad volcánica fue en aumento, hasta tal punto
que el volcán empezó a arrojar gran cantidad de lava, produciéndose
un tapón en la chimenea que al impedir la salida de gases, partió
la montaña por uno de sus lados, permitiendo la entrada brusca de
miles de toneladas de agua de mar que al entrar en contacto con la
masa ígnea de rocas fundidas, produjo tal cantidad de vapor que la
montaña se convirtió en una caldera de presión. Cuando la fuerza
indomable de los gases y la lava no encontraron por dónde salir, la
montaña explotó.
El veintisiete de agosto de mil ochocientos ochenta y tres, frente a
las costas de Sumatra, explotó el volcán de la isla de Krakatoa.
Esta explosión está muy bien documentada porque fue seguida desde
sus inicios por hombres de ciencia. Dicen que la fuerza desarrollada
en la explosión equivalía a cien megatones, es decir, cinco mil
veces la potencia destructiva de las bombas atómicas arrojadas sobre
Hiroshima y Nagasaki.
Pues bien, a tenor de los resultados habidos tras las explosiones
volcánicas de Santorini y Krakatoa, se
cree que la primera fue como quince veces mayor que esta última.
Esto da una idea de las proporciones que el cataclismo debió tener.
A consecuencia de la explosión, la montaña se hundió, haciendo
desaparecer gran parte de la isla y produciendo una ola gigantesca de
más de cien metros de altura. A la vez, mando a la atmósfera una
ingente cantidad de cenizas y polvo que oscurecieron el cielo y
cambió la climatología del Mediterráneo, arruinó las cosechas,
mató a personas y animales.
Fotografía aérea de la
isla de Thira-SantorinI con la
enorme caldera tras la
explosión
En aquel momento, Egipto era la cultura sobresaliente del
Mediterráneo. Gracias al trabajo de los esclavos israelitas, la
poderosa civilización de los faraones construyó las más
esplendidas obras arquitectónicas de la antigüedad. Pero los
esclavos querían salir de Egipto y el Faraón no se lo permitía.
Así estaban las cosas cuando llegaron hasta allí las consecuencias
de la explosión del volcán de Santorini.
Dice la Sagrada Escritura que el pueblo de Israel, cautivo de los
egipcios, sufría esclavitud hasta que Moisés se convierte en el
salvador y saca a su pueblo de Egipto. Pero la salida no se produce
sino en contra de la opinión del Faraón, al que hay que castigar
con toda suerte de desgracias que se ciernen sobre su pueblo y que
son presentadas como castigo divino de Yahvé, Dios de
los Israelitas.
Egipto está a ochocientos kilómetros en línea recta del
archipiélago de las Cícladas. Primero sintieron un intenso temblor
de tierra, seguido, casi cuatro minutos después de un estruendo
ensordecedor.
En todas direcciones, un “tsunami” gigantesco
arrasó cuanto encontró a su paso y unas tres horas después, llegó
hasta las costas de Egipto. A esta ola gigante le siguieron otras
muchas de tamaño considerablemente menor, pero de inmenso poder
devastador que machacaron lo poco que hubiera quedado.
Algo más tarde, también llegarían las nubes tóxicas emanadas de
las entrañas de la tierra. Gases sulfurosos, nitrosos, carbónicos,
mezclados con vapor de agua. Entre medias, otra nube, más densa,
formada por cenizas, polvo en suspensión, partículas más gruesas
de lava y otras miles de sustancias, oscurecieron el sol.
¿Que recuerda todo esto? Posiblemente no mucho, si no se hace un
ejercicio especulativo, de hecho muy saludable que permite poner al
día conocimientos y recuerdos que están dormidos.
El cúmulo de catástrofes conocidas como Las Plagas de Egipto,
si seguimos los textos sagrados, fueron soportadas por israelitas y
egipcios y cayeron sobre el país como un castigo divino. Si hacemos
caso a los relatos bíblicos, que ya es tener mucha fe en Dios, las
plagas fueron primero dos (Éxodo, 4,9.23), las que Yahvé
encomienda a Moisés que descargue sobre los enemigos
de su pueblo; luego fueron creciendo y llegaron a siete (Salmo 78,
versículos 44-55), para más tarde ser ocho (Salmo 105, v. 28-36) y
luego diez (Éxodo 7.11).
Fueran las que fuesen, que no es eso lo importante, hasta hace bien
poco, se han tenido las plagas como hechos milagrosos, pero ya el
análisis de los acontecimientos no resiste la más indulgente
interpretación milagrera de lo ocurrido, si es que se sigue pensando
en la divina intervención.
Así las cosas, hay quien piensa que todo puede tener una respuesta
científica y quizás en la explosión de la Isla de Santorini,
se pueda encontrar la explicación de muchas de estas famosas plagas.
Inundaciones, como en algún lugar se recoge, es evidente que las
hubo y muy fuertes, pues Egipto es un país muy plano y el agua del
mar, arrastrada por las enormes olas, debió entrar tierra adentro,
por muchos kilómetros. Las tinieblas, otra de las plagas, que se
ciernen sobre el país, puede ser efecto de la nube de polvo que al
depositarse, tiñe de rojo las aguas del Nilo y las contamina,
cumpliendo así otra de las desgracias que caen sobre el país, y que
hace que mueran los peces y las ranas abandonen las aguas, provocando
una nueva plaga. El encharcamiento de toda la zona, en la que se
acumula el agua, produce una lógica eclosión de mosquitos y
tábanos, una más de las plagas mencionadas. Los gases irrespirables
procedentes de las entrañas de la tierra, producen úlceras y otras
enfermedades de la piel, que también se refiere como castigo divino.
Así, se pueden explicar, de una manera razonable, la casi totalidad
de las desgracias que se ciernen sobre Egipto, salvo la de la muerte
de los primogénitos, que desde luego debería tener otra razón que
no el cataclismo que se comenta.
Lo cierto es que, ante tanta desgracia, el pueblo egipcio se refugió
en sus casas, momento que los hebreos aprovechan para salir del país
casi con lo puesto, sin que nadie se perciba, ni menos, pierdan el
tiempo en perseguirlos, pues bastante tiene el Faraón, su corte y su
pueblo, con protegerse de tanta calamidad y desgracia como la que se
les ha venido encima.
Pero la historia, si terminara así, quedaría incompleta, ya que se
iniciaba con la desaparición de la civilización Atlante.
Civilización de la que sabemos muy poco, casi nada y que, por todo
dato, se sospecha estuviera ubicada en el Mare Nostrum,
en algún lugar nada preciso. ¿No resulta curioso, incluso
sorprendente, que una civilización así despareciera sin dejar
rastro?
Lo es, por supuesto y ya que imaginar es casi gratis e imaginando se
da riendas sueltas a la capacidad de cada uno, hay quien piensa que
es más que probable que a la misma vez que la explosión de
Santorini produjo las Plagas Bíblicas,
el tremendo cataclismo se tragara también la civilización de la
Atlántida, estuviera ésta donde estuviese y de la
que, por casi todo dato, se nos ha dicho que hoy reposa sepultada por
el mar.
Y, yendo más allá en especulaciones gratuitas: ¿Albergaba la isla
de Thira la civilización Atlante?
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