Publicado el 21 de junio de 2008
Todas las cosas tienen un punto de partida y todas las acciones
importantes acaecidas en el mundo, además de ese punto de partida,
tienen un momento propicio.
El Grito de Dolores fue el punto de partida, en un
momento propicio para iniciar la descolonización de América, y lo
dio, la mañana del 16 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo,
cura de la localidad de Dolores, hoy llamada Dolores
Hidalgo, en homenaje al sacerdote iniciador del movimiento
libertador del virreinato de Nueva España, nombre por
el que era conocido Méjico.
Como casi todos los libertadores de la América Hispana, Miguel
Hidalgo y Costilla era descendiente de españoles que,
procedentes de Vizcaya, contrajeron matrimonio en la
ciudad de Pénjamo, en donde el 8 de mayo de 1755,
nació Miguel. Fue el segundo de cinco hermanos, de los
que todos cursaron estudios superiores. Miguel y el
primogénito José Joaquín, fueron sacerdotes; otro de
los hermanos, José María fue militar y los otros dos
estudiaron leyes. El menor de todos, Manuel, tras
hacerse abogado se dedico a administrar los bienes de la familia, que
debían ser abundantes. Con el embargo y posterior expropiación que
el gobierno español hizo en 1804 para hacer frente a los gastos que
le iba a suponer la alianza que acababa de firmar con Napoleón
Bonaparte, la familia lo perdió todo y Manuel
acabó por volverse loco. Este episodio marcó fuertemente la vida y el carácter de Miguel,
que guardó odio eterno a España.
Marchó con su
hermano mayor, José Joaquín a estudiar a un colegio
de Jesuitas en la ciudad de Valladolid (actualmente
Morelia), en donde se graduó como bachiller a la edad
de 17 años y ambos hermanos marcharon a estudiar teología y
filosofía a la Universidad de Méjico en la que se
graduaron en 1773. Luego, sus caminos se separaron y José
Joaquín continuó los estudios, mientras Miguel
decidió ejercer el sacerdocio dedicándose a predicar y dar clases.
Pronto adquirió fama de hábil predicador y mejor teólogo, lo que
le valió el apoyo del obispo Antonio de San Miguel,
que pasados unos años le ofreció la parroquia de Colima,
en el Obispado de Guadalajara.
El cura Hidalgo
Al morir su padre, pidió traslado a Pénjamo y cuando
en el año 1803 murió repentinamente su hermano José Joaquín,
que era párroco de la ciudad de Dolores, su amigo y
benefactor, el obispo San Miguel, lo destino a aquella
ciudad.
Dolores era una villa poblada en su mayor parte por
españoles, en donde sentó mal la medida real española denominada
Consolidación de los Vales Reales, que ordenaba el
embargo de todos los bienes de los deudores con la corona o la
iglesia y que tenía como fin la financiación de la alianza bélica
con Francia. La orden real, que llegó al Virreinato
de Nueva España en octubre de 1804, cayó como un disparo a
bocajarro en la ciudadanía que no entendía porqué habían de
sostener, con sus economías, las ambiciones de un rey a muchas
leguas de distancia y que sólo se acordaba de ellos para
extorsionarlos, por lo que, además de arruinar a muchas familias,
creó un clima de hostilidad contra España que fue
hábilmente aprovechado por los que ya iniciaban el movimiento
libertador y entre los que se encontraba Miguel Hidalgo,
junto a otros insignes personajes de la época como Ignacio
Allende, Juan Aldama y Mariano
Abasolo.
Luego fueron años de desgracias hasta que en 1808, Bonaparte
invadió España, lo que produjo en Nueva España
una crisis política que acabó con el derrocamiento del virrey
Iturrigaray y la posterior detención y ejecución de
todos los simpatizantes del movimiento independentista. La crisis se
saldó con el nombramiento de un militar de prestigio para el cargo
de nuevo virrey, nombramiento que recayó en el teniente general del
ejército español Pedro de Garibay que desempeñó el
cargo por espacio inferior a un año y al que sustituyó el arzobispo
de Méjico Francisco de Lizana.
Cuando el rey español Fernando VII fue preso en
Bayona, Nueva España sufrió otra
violenta conmoción, queriendo nuevamente los independentistas crear
una junta que gobernara el virreinato. El movimiento se llamó
Conjura de Valladolid y sus cabecillas fueron
arrestados y condenados a muerte, pena que el virrey-arzobispo,
conmutó por la de cadena perpetua.
Tan magnánimo acto le valió la destitución en abril de 1810,
volviéndose a nombrar a otro militar, esta vez a un lugarteniente
del General Castaños, el teniente coronel Venegas
Saavedra, hombre de gran prestigio que llegó a Nueva
España en septiembre de ese mismo año. Nada más poner los
pies en el nuevo continente, fue informado de los movimientos
independentistas y de las conjuras que se sucedían, decidiéndose a
actuar de inmediato y con mano dura.
Los levantiscos del estado de Querétaro, sabedores de
los planes del virrey, decidieron adelantar el golpe popular que
pensaban dar en diciembre de aquel año y fijaron la fecha del 2 de
octubre para iniciar la insurrección, pero no tuvieron tiempo de
reaccionar, porque el 11 de septiembre se realizó una redada general
en todo el estado y los cabecillas fueron encarcelados. No obstante,
algunos consiguieron evadir la acción de la justicia y permanecieron
escondidos unos días, hasta que consiguieron comunicarse entre
ellos. Así ocurrió con Allende, del que anteriormente
se ha hecho referencia.
Allende se desplazó hasta la ciudad de Dolores,
en donde advirtió al cura Hidalgo del crítico momento
que atravesaban, y entonces, en la madrugada del día 16 de
Septiembre de 1810, ambos personajes decidieron lanzarse a la lucha
armada. A las cinco de la mañana el cura Hidalgo subió
a la torre e hizo sonar la campana de la iglesia parroquial de
Dolores, llamando a los feligreses a misa, en el curso
de la cual dio el llamado Grito de Dolores que fue el
pistoletazo de salida de la Revolución y el inicio de la Guerra
de la Independencia de Méjico.
Iglesia de Dolores
Con un ejército irregular, formado por campesinos, gentes oprimidas,
indios e independentistas convencidos y que reunía a poco más de
seis mil hombres, inició la toma de las ciudades más importantes
del virreinato: Celaya, Salamanca, Valladolid, hoy Morelia,
Toluca; estados enteros como Querétaro, Guanajuato,
cayeron en manos de los insurrectos que mientras, nombraron al cura
Hidalgo Capitán General de un ejército que iba
creciendo aunque de forma desordenada.
No tuvieron freno a su avance independentista hasta que el teniente
coronel español Torcuato Trujillo, que había llegado
a Nueva España con el virrey Venegas,
les hizo frente el 30 de octubre en El Monte de las Cruces,
con un ejército de dos mil soldados y dos cañones. Los insurgentes
eran más de ochenta mil pero aún así las fuerzas realistas de
Trujillo los tuvieron a raya durante varias horas hasta
que el Teniente Coronel realizó una acción vergonzosa simulando
rendirse, para masacrar sin piedad a los insurgentes cuando se
acercaban a capturarlos. Esto enrabietó a los independentistas que
se lanzaron a la desesperada, poniendo en fuga al propio Trujillo
y lo que quedaba de su ejército.
Se refugiaron en Toluca, en donde cuentan que días
después de este suceso, se observaron en dos puntos del horizonte
unas enormes polvaredas que hicieron suponer a los refugiados que se
aproximaba el ejército libertador. Los soldados emprendieron la
huida despavoridos ante lo que luego resultaron ser dos rebaños de
ovejas que se acercaban al mercado de la ciudad.
Desde la victoria del Monte de las Cruces, la ciudad de
Méjico era el siguiente paso, pero el cura Hidalgo
no se determinó a tomarla y dudó, ante la enorme carnicería que
había sufrido en la batalla. La dilación permitió recomponerse al
ejército realista que pocos días después, el 7 de noviembre, al
mando del Brigadier Félix Calleja,
derrotó a Hidalgo y Allende en la Batalla de
Aculco.
Esta victoria y la creciente separación que los cabecillas
insurrectos tenían con el cura Hidalgo, hizo al virrey
ordenar a Calleja que persiguiese al ejército
libertador y le hiciera frente. Vinieron entonces días de
ejecuciones sumarias, saqueos, quemas de fincas, masacres y todas las
atrocidades de una guerra civil, hasta que el ejército de Hidalgo
y Allende se enfrentó en la Batalla de Puente
Calderón al ejército realista de Calleja.
Hidalgo había caído en desgracia hasta el extremo de
que el propio Allende tuvo intención de envenenar “al
bribón del cura”.
Estado actual de Puente
Calderón
Mal estaban las cosas para los insurrectos y peor se les iban a poner
cuando entró en escena un individuo llamado Ignacio Elizondo,
espía doble que citó a los cabecillas rebeldes en la frontera de
Estados Unidos, a donde pensaban dirigirse para comprar armas y
continuar la revolución. Allí fueron capturados Allende
y sus hijos, Abasolo, Aldama y todos los
demás considerados importantes. El cura Hidalgo llegó
posteriormente con una escolta exigua y su captura no tuvo nada de
extraordinario. Todos los cabecillas fueron trasladados a Chihuahua,
donde se les seguiría juicio. Allende y Aldama,
encontrados culpables y condenados a muerte, fueron pasados por las
armas de espalda, como símbolo de la máxima degradación. Abasolo
colaboró con los realistas y se le conmutó la pena por cadena
perpetua que cumplió en la prisión del Castillo de Santa
Catalina en Cádiz.
Miguel Hidalgo fue degradado del sacerdocio en una
ceremonia espeluznante y posteriormente condenado a muerte. El 30 de
julio de 1811, en el patio del colegio de los jesuitas de Chihuahua,
fue fusilado. Pidió que no le dispararan por la espalda, como se
hacía con los traidores y que no se le vendaran los ojos. Quiso un
crucifijo y pidió al pelotón que disparase a su mano derecha,
colocada sobre el corazón. Fueron necesarias dos descargas y el tiro
de gracia para acabar con su vida. Luego, le seccionaron la cabeza de
un tajo.
Así terminó el primer movimiento insurgente de Nueva España, pero
la insurrección continuó hasta que en 1821 se proclamó la
independencia.
Desde entonces, cada 16 de septiembre, se hace sonar la campana de la
parroquia de Dolores, que actualmente se encuentra en
la cornisa del balcón presidencial del Palacio Nacional
que está en la Plaza del Zócalo, en Méjico.
La hace sonar el presidente de la República en un acto conmemorativo
de su independencia. A principios del siglo XX, el presidente de la
República, Porfirio Díaz y Morí, cambió la fecha,
adelantándola un día para así coincidir con su cumpleaños. Desde
entonces, suena la víspera.
La campana de Dolores
sobre el balcón presidencial
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