Publicado el 28 de junio de 2008
Hay quien dice que esta historia pertenece a los misterios “jocosos”,
pues carece de todo rigor. No me atribuyo con ella ninguna
originalidad, pues lo que se relata ha sido ya escrito y tratado
prolijamente en prensa radio y televisión (hace pocas fechas se
hablaba de esto en el programa Cuarto Milenio).
La historia es esta:
Las Tribus de Israel, que un día salieron de Egipto,
anduvieron vagando por el desierto por espacio de cuarenta años.
Mucho tiempo parece para encontrar la Tierra Prometida
que, además, estaba muy cerca, atendiendo a los resultados. Esto es
algo que no se comprende; ni tampoco se entiende cómo es posible que
al desierto que era Canaán en aquella época y que
todavía sigue siendo, se prometiera como si de un paraíso se
tratara. Pero, en fin, así parece haber ocurrido, o así lo cuenta
nuestra historia.
Bien, pues además de vagar por los desiertos de la zona durante
cuarenta años, para encontrar un erial que estaba muy cerca, años
después, unas cuantas Tribus se perdieron, no se sabe muy bien cómo.
Son las que conocen como “Las Diez Tribus perdidas de
Israel”.
Dice la tradición escrita que Yahvé castigó a Moisés
a no pisar la tierra donde su pueblo se iba a asentar, pero
su Dios, indulgente con él, tuvo a bien mostrársela desde la cima
del Monte Nebo, desde donde el patriarca
despidió a su gente y quedó esperando la muerte que le sobrevino
más tarde. Allí, en la cima del Monte Nebo, descansan
sus restos.
Hasta aquí, con mucho más lujo de detalles, nos lo cuentan las
Sagradas Escrituras. Lo que se dice a continuación no
tiene el tinte sagrado de revelación divina, pero es algo cierto y
se puede comprobar.
Al norte de la India, entre este país y Pakistán, se encuentra una
región llamada Cachemira, cuya titularidad se la
disputan ambas naciones y es foco de conflicto permanente. La capital
es Srinagar, situada al norte del lago Dal
que inunda con sus aguas buena parte de la ciudad a la que se conoce
como la “Venecia Asiática”. Cerca de allí, a
sesenta kilómetros, se encuentra el Monte Nebu, en
cuya cima hay una tumba, que sin ninguna apariencia especial, alberga
los restos de una persona fallecida muchos siglos atrás. Muy próximo
al lugar, una comunidad de judíos cuida de la misma con dedicación
y entrega, asegurando que allí están los restos de “Mussa”,
nuestro Moisés.
En 1976, una obra de Andreas Faber Kaiser, catalán de
ascendencia alemana, revolucionó el mundo de las teorías religiosas
en torno a la figura de Jesús. Su título es: Jesús vivió y
murió en Cachemira. El libro pretende demostrar que Jesús
no murió en la cruz, sino que fue rescatado antes de producirse el
fallecimiento por su amigo José de Arimatea,
prestigioso e influyente personaje de la época. Prueba de ello es
que no se le quebraron las piernas como se hacía con todos los
crucificados, medida piadosa, aunque inhumana, para acelerar la
horrible muerte en la cruz. Al no tener el sostén óseo de las
extremidades inferiores, el cuerpo cae, siendo sostenido
exclusivamente por los brazos, lo que hace angostar la cavidad
torácica que termina por asfixiar al crucificado.
Andreas Faber Kaiser, en su
faceta de locutor.
Sacado subrepticiamente del sepulcro, Jesús se repone
de sus heridas y se presenta ante sus discípulos que piensan había
muerto en el martirio.
Luego de algún tiempo impartiendo las últimas instrucciones,
desaparece para siempre.
Sin embargo, la Iglesia Católica ha ocultado algo que sale de la
mano del mismísimo Saulo y es que éste se entrevista
con Jesús en la ciudad de Odesa, en la
actual Ucrania, a orillas del Mar Negro y
está vivo y en perfecto estado de salud.
Aquí sí que se pierde la pista de manera definitiva y esa pista
parece que la encuentra, a finales del Siglo XIX, un estudioso ruso
llamado Nicolás Notovich.
Nicolás Notovich
Este inquieto y arriesgado viajero, arqueólogo, periodista y
escritor, viajó por la India hasta Cachemira y el
Tibet. Subiendo por el valle del Indo,
entró en la región de Ladakh en donde hizo posada en
el monasterio de Mulbeck. Allí, de boca de un monje
oyó una sentencia que lo dejó perplejo: “El único error de
los cristianos ha sido que, tras haber adoptado las grandes doctrinas
de Buda, se han separado completamente de él, al crear para sí
mismos un Dalai Lama distinto”. Notovich
comprendió que se refería al Papa, pero no entendía
por qué habría de considerársele un Dalai Lama
distinto. Su informante le dijo que ellos también respetaban al que
los cristianos llamaban “Hijo único de Dios”, del
que pensaban era un hombre bueno que había seguido las doctrinas de
Buda. El monje le confesó que en lamaserías de Lasha
existían documentos antiquísimos en los que se referían actos de
la vida de aquel a quien ellos conocían por el nombre de “Issa”
y al que los cristianos llamaban “Hijo único de Dios”.
Así, buscando denodadamente esos antiguos manuscritos, Notovich
llegó hasta la lamasería de Hemis, en donde el lama
le confesó que en su biblioteca existían esos textos.
Lamasería de Hemis
Intrigado por su espíritu inquieto y porque la historia era
apasionante, Notovich profundizó en el tema cuanto
pudo y con regalos y agasajos, incluso haciendo creer que se había
lastimado una pierna al caer del caballo y no podía caminar, se
quedó varios días en la lamasería, en donde el lama accedió a
leerle los doscientos cuarenta y cuatro versos de un manuscrito
escrito en lengua “Pali” que parece ser, era la
lengua en la que Sidarta Gautama, conocido también por
Buda, predicó los siglos VI y V antes de nuestra Era y que
procede del sánscrito. Los manuscritos se databan en el año
doscientos después de Cristo.
Notovich anotó los versos y con su contenido escribió,
en francés, su libro más famoso: La vida secreta de Jesús.
En ese libro, siguiendo los versos que le han sido leídos, dice que
Jesús se marcha de Palestina siguiendo
unas caravanas de comerciantes y a la edad de trece años, momento de
su vida en el que debía tomar esposa y que él no deseaba pues
quería continuar célibe. Dice también que llegó hasta la India,
buscando la tumba perdida de Moisés y allí pasó gran
parte del tiempo aprendiendo las doctrinas de Buda. A
los treinta años, formado en la religión budista, adornada con sus
propias interpretaciones, regresó a su Palestina
natal, en donde predicó hasta que fue apresado, torturado y
crucificado.
La teoría de su vuelta, después de la crucifixión, ya no es cosa
de Notovich, la retoma Faber Kaiser,
cuando impulsado por la lectura del libro del ruso, decide ir a
Cachemira y allí se encuentra con una sorpresa enorme:
Jesús está enterrado en Srinagar, en el
barrio de Khanyar y en el interior de un edificio cutre
llamado El Rozabal. Un mínimo cartel anuncia que allí
se encuentra la tumba del profeta “Issa”.
Junto a la tumba, situada en el suelo con una lápida sin
inscripción, se observa una piedra cuadrada en la cual se han
grabado unos pies que en su centro presentan unas heridas como las
que dejarían los clavos en el tormento de la crucifixión.
No es obligado creer en nada de esto, pero al menos hagamos el favor
a nuestra inteligencia de plantearnos algunas cuestiones al respecto,
aunque sea como un simple ejercicio mental que nos ayude a creer por
nuestro propio convencimiento, o a no hacerlo por la misma razón,
pero sin que en el proceso entren a formar partes doctrinas
aprendidas o consignas incrustadas en nosotros desde la más tierna
infancia.
Analizando un poco la situación, podríamos decir que es posible que
Moisés, llegase a la región de Cachemira,
la cual sí que puede presentarse como tierra de promisión, al menos
con ventajas sobre Canaán. Allí vive hasta que le
llega la muerte y es enterrado en el Monte Nebu, tal
como nos dice la Biblia. La comunidad judía, cuya
existencia en aquel lugar carece de todo fundamento histórico,
podría ser el residuo de las perdidas tribus, a las que muy
posiblemente la endogamia, el desmembramiento y otras causas, haya
ido consumiendo en vez de crecer como hacen todas las comunidades.
No es imposible, es más, tiene más visos de credibilidad que
cualquier otra teoría o narración que no se apoye en hechos reales,
como los que se han descrito.
Durante veinte siglos, nadie ha podido explicar qué hizo Jesús,
el hijo del carpintero, desde los doce años que apareció en el
Templo, rodeado de sabios, hasta los treinta en que empezó a
predicar. Tampoco nadie se ha preocupado en averiguarlo, quizás por
esa desidia investigativa de los católicos y esa tendencia a creer a
pie juntilla a los textos escritos, sin plantearse ninguna reflexión.
Sin embargo, aquí se da una explicación a los hechos y, a falta de
otra, y estando como lo está, recogida por escrito en textos que son
tan antiguos como nuestros propios evangelios, han de tener al menos
la consideración que se merecen. Se puede creer lo que dicen o no
hacerlo, cada quien es libre de optar, pero no se puede negar que
están los textos y están las tumbas, de “Musa” y
de “Issa”
¿Llegó hasta allí Moisés con alguna de la Tribus
Perdidas? Imposible de saber, pero no imposible que
sucediera.
¿Fue Jesús tras las huellas de la tumba perdida del
Patriarca? Tampoco es imposible. Una cosa es cierta, o al menos así
se cree, junto a las cualidades humanas excepcionales de Jesús,
están su inteligencia y sabiduría. Algunas cosas en su vida hacen
pensar de él, que incluso no siendo el Hijo único de Dios,
era un ser poco común, que recibió una esmerada educación y que
posiblemente conociera cosas que al común de los mortales se le
escapaba.
Se le presenta como perteneciente a la familia de un humilde
carpintero, pero hay quien no piensa así, no porque el padre no
fuera carpintero, que posiblemente lo sería, sino porque en aquella
época, los artesanos no solían ser tan pobres como se ha descrito.
Pensando en el momento histórico, la carpintería debería ser,
junto con la albañilería, las dos profesiones más boyantes de la
época, por razones lógicas, lo que hace sospechar que el nivel
económico de la familia fuese bueno y permitiese a Jesús
recibir una esmerada educación.
Nada se puede asegurar, pero quizás fuera muy conveniente que la
Iglesia Católica no despreciara esta teoría sin antes hacer una
investigación seria sobre el asunto. Ya sé que alguno dirá que
estoy loco; que no hay más verdad que lo que está en los
Evangelios, pero es necesario recordar que esto que se ha referido,
también está escrito y que muchos de los Evangelios, escritos por
similares personas a las que la Iglesia considera Los Cuatro
Evangelistas, escribieron otras crónicas muy distantes de
las llamadas “Sinópticos” pero que, por designio
de las personas que en aquel momento detentaban el poder de la
naciente comunidad, fueron considerados “apócrifos”,
palabra que en sus principios quiere decir oculto y que
luego va desvirtuando su significado hasta adquirir el matiz que la
iglesia quiere darle y que no es otra cosa que no tenidos por
verdaderos.
¿Quién es nadie para decir lo que es o no es verdad, según
convenga a sus intereses? Pues lo hicieron los Padres de la
Iglesia reunidos en Concilios, pero eso será
otra historia.
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