Publicado el 14 de junio de 2008
“Oigo, patria, tu aflicción y escucho el triste concierto
que forman tocando a muerto, la campana y el cañón”.
Así empieza la oda épica de Bernardo López García,
un poeta mediocre del siglo XIX que de no haber sido por esta obra de
encendido patriotismo y su inclusión entre las Mil Mejores
Poesías de la Lengua Castellana, nadie, ni siquiera en su
Jaén natal, hubiera oído hablar de él.
Pero un día le llegó la inspiración poética y usando estos dos
elementos construyó un poema cuya lectura, de pequeño, me hacía
erizar el vello.
Lamentablemente, si se le hubiera ocurrido escribir algo así a día
de hoy, no es que no lo conocieran en su pueblo, es simplemente que
lo habrían echado de allí, con varias etiquetas adheridas a su
nombre y a su persona que le marcarían para toda la vida.
La campana y el cañón son dos símbolos en todas las culturas del
mundo Tierra. Dos objetos que se fundían en bronce y al que se ponía
nombre, como si fuera a un hijo, a un cuadro o a una obra
escultórica.
Fabricar una campana es todo una obra de arte, no sólo por el
diseño, para lo que hay que dibujar, fabricar un molde, y todas las
labores inherentes a la fundición, es que además hay que mezclar
los metales necesarios para darle timbre, la sonoridad pretendida
para cada campana. Fundamentalmente, el cobre, en una proporción
mucho mayor, y el estaño en menor medida, -80/20%- forman la
aleación llamada bronce, a éste se agregan otros cinco materiales
como el zinc, antimonio, fósforo o aluminio, en las proporciones
adecuadas para darle al bronce las características que se desea
tenga. Pero, además, a las campanas se le añade plata y con este
metal precioso se consigue la verdadera personalidad de la “voz
de la campana”.
El uso de la campana parece estar reservado a las prácticas
religiosas y no solamente en nuestra cultura occidental, las
religiones asiáticas como el budismo, el sintoísmo, o las
sincretistas, usan la campana para anunciar sus ceremonias. En el
Nuevo Mundo, las culturas maya, azteca, inca y otras precolombinas,
conocían la campana, si bien no formaba parte importante en su
religiosidad.
Sin embargo, no fue siempre así. En actos totalmente civiles y desde
la época de esplendor egipcia, se usaron las campanas para dar
carácter festivo a una celebración, para advertir a la población
de tormentas u otros desastres como incendios, para señalar las
horas principales del día o para avisar a la población de la
llegada del enemigo. Antes de conocer el bronce, las campanas se
fabricaban de cerámica o madera. La iglesia católica no incorpora
la campana sino a partir de los siglos VII, en Occidente y IX en
Oriente. Hasta entonces, la llamada a los fieles se hacía de viva
voz, mediante unos diáconos llamados “cursores”
que de casa en casa, llamaban al pueblo a celebrar el acto religioso.
En el Islam, continúa la misma práctica y el “almuédano”
sube al “alminar” y llama de viva voz al rezo.
No es sino hasta el siglo XVI, cuando se estableció el uso
exclusivamente religioso de las campanas, así como el número mínimo
de éstas que debía haber en cada iglesia o catedral y los toque que
deberían hacerse a diario y que básicamente eran: Alba,
antes de la salida del sol; Oración; Queda;
Doble por fallecimiento; Fuego; Rebato
y Vuelo. A estos toque tradicionales en colegiatas,
iglesias, parroquias o catedrales, se unían otros toques
particulares, como los que efectuaban los conventos de clausura
cuando en su interior se desataba una epidemia, o simplemente el
hambre mordía los estómagos de las religiosas.
Ha habido campanas que se han hecho famosas, y a las que se conoce
por sus nombres propios, otras que han pasado a la posteridad por ser
la más antigua o la más grande y así nos encontramos con la
Campana de Velilla, un pueblo de Aragón, a la que la
tradición popular le atribuía el milagro de tañer sola cuando iba
a ocurrir alguna desgracia. La campana de Saint Gall,
hecha para Carlomagno y que no sonó nunca, porque su
fundidor, el monje “Tanco” se quedó con la plata
que debería formar parte de su aleación. O la legendaria “Saufang”,
que quiere decir “hallada por una cerda”, que en el
año 613 la encontró enterrada y está reputada como la más antigua
de las existentes en la actualidad y que se conserva en el museo de
Colonia.
En su afán por conseguir el “citius, altius, fortius”
que el barón de Coubertin eligió como lema de los
Juegos Olímpicos modernos, y que acompaña a la humanidad desde el
principio, el hombre ha querido que el sonido de sus campanas llegase
lo más lejos y lo más fuerte posible y por eso, además de
colocarlas coronando las construcciones religiosas, con el fin de que
sus ondas sonoras no encontrasen obstáculos en su propagación,
construyó campanas cada vez más y más grandes.
En este capítulo hay una controversia: ¿Cuál es la campana más
grande del mundo? Depende, se puede decir. Depende de que sea una
campana completa y en uso, o se trate de una campana fuera de uso por
haberse quebrado su estructura.
En el primer caso, la más grande es la de la pagoda inacabada de
Mingun, en la actual Myanmar, antes
Birmania.
La campana de Mingun
Fue fundida en 1808, mide cuatro metros de alto, cinco de diámetro y
pesa 90 toneladas. La mandó construir el rey Bodawpaya,
un personaje cruel y aterrador que se creía enviado mesiánico de
Buda y que pensó perpetuarse, además de por sus
atrocidades, por la construcción de lo que sería la pagoda más
grande de las existentes. Murió en 1819 y la construcción de su
obra faraónica quedó parada. En el año 1838 un terremoto derribó
la campana de su emplazamiento, pero fue colocada nuevamente, sin
daños en su estructura.
Pero el record en cuanto a tamaño y peso lo tiene otra campana. Esta
vez, fuera de uso. Se trata de la famosísima “Tsar Kolokol”
ó “Campana del Zar”. Pesa 216 toneladas y mide seis
metros y cuarto de altura y seis metros y medio de diámetro.
La mandó construir la zarina Ana Ivanovna, sobrina de
Pedro I el Grande y su fundición duró dos años,
desde 1733 a 1735. Se emplearon los restos de otra campana del mismo
nombre que fue destruida por un incendio y que había pesado 130
toneladas.
La Tsar Kolokol en el
Kremlin
Pero la suerte no pareció aliarse con este instrumento sonoro,
porque dos años más tarde, sin que todavía se hubiese usado, otro
incendio, en el propio taller de fundición, la rompió. Más tarde,
fue colocada junto al campanario de la iglesia de San Iván,
en el Kremlin, y allí permanece para disfrute de
turistas.
En España somos más modestos y nuestra campana más grande, es
apodada “La Gorda”, está en la catedral de Toledo
y pesa casi 18.000 kilos. Fue fundida en 1755.
Con los cañones ocurre casi lo mismo: son obras de arte. Después de
fabricar el molde hay que elegir los elementos que darán dureza y
resistencia al bronce y luego, ya fundido, hay que labrar el ánima y
calibrarla, colocar su mecanismos de ignición, los de puntería,
armarlo sobre la cureña y por último dotarlo de un mecanismo que le
de movilidad.
También se quiere que llegue lo más lejos y lo más fuerte posible
y por eso se han construido con tamaños excepcionales. Por supuesto
que es todo referido a cañones de bronce, porque los cañones
modernos se fabrican en acero y con otras tecnologías muy distintas.
De aquellos cañones románticos, de avancarga, de disparo por mecha,
de bella estructura y porte, hay que destacar uno que, para España y
los españoles, supone mucho. Es el famoso cañón “Tigre”
que en el asedio de Santa Cruz de Tenerife, hizo el
disparo que arrancó un brazo al almirante Horacio Nelson
y que propició la posterior derrota de la escuadra inglesa.
Que Nelson sufrió una derrota en Tenerife, nos ha pasado casi
desapercibido, pero el soberbio inglés, vencedor de San
Vicente, Abukir y Trafalgar, donde la victoria le costó la
vida, sufrió una derrota humillante a manos de aguerridos militares
españoles, cuando pretendió tomar la isla de Tenerife. Era el 25 de
julio de 1797, cuando la flota británica recibió fuego cruzado
desde diferentes baluartes que defendían la ciudad insular. Pero esa
es otra historia.
El “Tigre” había sido fundido en Sevilla el año
1768, pesa dos toneladas y tiene un calibre de 134 milímetros.
Estaba colocado en una tronera del Castillo de “Paso Alto”
cuando entró en combate el referido día. Hoy está perfectamente
conservado y en condiciones de hacer fuego.
Pero lo mismo que la campana, el cañón más imponente del mundo
también es ruso y como todo en la Rusia Imperial, su nombre obedece
al zar que lo mandó construir: “Tsar Pushka” o “Cañón
del Zar” es su nombre y como la campana, está en el
Kremlin. ¡Como la campana, tampoco ha sido utilizado nunca!
El Tsar Pushka en su
emplazamiento actual
Fue fabricado para el Zar Fiódor I Ivanovich, en 1586,
pesa 38 toneladas y mide más de cinco metros y medio y tiene un
calibre de 890 milímetros ¡casi un metro!
El compositor ruso Piort Illych Tchaikowky en su
Obertura Solemne 1812 escrita para conmemorar la
victoria sobre las tropas de Napoleón, y en la que se oye en varias
estrofas la popular Marsellesa que resulta embebida por
un cántico religioso ruso, emplea para el clímax final, el tañido
de campanas y el estruendo de cañones, en una conjunción digna de
un genio. En un principio, la obra pensaba estrenarse en la Plaza
Roja de Moscú, junto al Kremlin, usando las
campanas de las iglesias cercanas y los disparos de cañones
auténticos, auque a última hora hubo de sustituirse por el sonido
reproducido por instrumentos musicales.
Parece que en un tiempo pasado la campana y el cañón caminaron
cogidos de la mano.
Tambien importante la campana fundida con los nombres de Isidoro y Carmen regalada por el autor del articulo.
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