Publicado el 3 de agosto de 2008
El día cinco de diciembre de 1872, el capitán de
la goleta “Dei Gratia”,
David R. Morehouse,
se encontraba en el puente junto al timonel, cuando divisó unas
velas en el horizonte. La falta de comunicación en la mar, hacía
que cualquier barco que divisara a otro, hiciera lo posible para
ponerse a su altura y comunicarse con él.
Morehouse
llevaba veinte días de singladura y estaba ansioso de recibir
cualquier noticia de tierra. Su alegría fue mayor cuando el barco
divisado entró en zona de visión para el catalejo y pudo comprobar
que se trataba del bergantín “Mary
Celeste”, que capitaneaba su buen
amigo Benjamín Briggs.
Inmediatamente el “Dei
Gratia” maniobra para poner rumbo
al “Celeste”
y mientras se aproximan, Morehouse
se percata de que hace un mes que éste bergantín salió del Puerto
de Nueva York, con destino a Génova, cargado con mil setecientos
barriles de alcohol vínico.
Una semana más tarde había salido del mismo
puerto el “Dei Gratia”,
con destino a Gibraltar. De inmediato hizo los cálculos sobre su
situación, comprobando que se encontraban a unas seiscientas millas
de las costas portuguesas y al norte de las Islas Azores, en pleno
Atlántico.
No es posible que habiendo salido una semana
después, le haya dado alcance, máxime cuando Briggs
es uno de los mejores marinos de la época.
Conforme se van aproximando, Morehouse
va haciendo comprobaciones que le estremecen. En primer lugar observa
que el aparejo está mal dispuesto. Las velas están acuarteladas
como para recibir el viento de dirección sur, cuando desde hace
muchas horas, sopla en la zona una suave brisa del norte. No es
posible que un capitán de la experiencia de Briggs
gestiones los aparejos de aquella forma. Más cerca, observa que no
hay nadie al timón de la nave, ni se ve un alma en la cubierta. El
bergantín va a la deriva.
Dispone entonces que su segundo, el contramaestre
Oliver Deveau,
arríe una chalupa y que se dirija de inmediato al “Celeste”
y que compruebe qué está pasando a bordo.
Morehouse
recuerda que estando en Nueva York, esperando su carga, visitó a
Briggs
en su bergantín y éste le había presentado a su mujer, Sara
y a su hijita Sofía,
de dos años, que le acompañaban en aquel viaje. Además de la
familia del capitán, el bergantín llevaba siete tripulantes.
El Bergantín Mary Celeste
El barco había sido construido en Canadá en
1861. Tenía treinta metros de eslora y siete y medio de manga. Su
casco era totalmente de madera y tal como se aprecia en la
fotografía, tenía dos palos y una línea muy airosa. Desplazaba
doscientas ochenta y seis toneladas y su primer nombre había sido
“Amazons”
y luego “Mary Sellars”;
luego, por un error tipográfico del pintor que rotuló su nombre en
la popa, error por otro lado poco creíble, se trocó en el nombre
con el que hoy es conocido.
Conforme Deveau
y dos marineros se acercaban al barco, las especulaciones crecen en el
ánimo de las personas que presencian la escena. ¿Habría a bordo
una epidemia de peste? ¿Qué habrá pasado con la tripulación?
Lo primero que se comprobó es que a bordo no
había nadie y que el único bote de salvamento que llevaba el
bergantín, un chinchorro, no estaba a bordo y que el portalón de la
amura por la que se había descolgado permanecía abierto. En el
suelo, junto a la bomba de achique de la sentina, estaba la barra de
sondeo.
Se comprobó que el nivel de la sentina era normal
y se revisó la carga. Salvo los restos de un pequeño fuego en la
bodega, nada anormal hacía presumir la súbita maniobra de abandono
del buque. Había restos de comida sobre las mesas, un sable tirado
en la cubierta. Las ropas estaban en sus baúles y el dinero y
objetos personales de los tripulantes en sus lugares adecuados.
Morehouse dispuso una tripulación que arreglase
los aparejos y llevase el barco a Gibraltar, donde pensaba presentar
una demanda de indemnización por hallazgo y salvamento en la mar,
tal como era costumbre. Sólo faltaba la documentación completa del
barco, el sextante y por los restos hallados en la despensa, quizás
algunos consumibles de boca.
Avistamiento del Mary
Celeste
En el cuaderno de abordo no había anotaciones recientes, pero en la
pizarra del puente había una anotación que correspondía a una
fecha diez días atrás.
Aparejado el bergantín en debida forma y con la
somera tripulación aportada por el “Dei
Gratia”, ambos buques pusieron
rumbo a Gibraltar, donde llegaron el día doce, el “Gratia”,
y el trece el “Celeste”.
De inmediato las autoridades de La
Roca, iniciaron una investigación
para esclarecer las causas de tan repentino abandono, cuando no se
había podido comprobar la existencia de ninguna situación peligrosa
ni comprometida que impulsara a los tripulantes a abandonar tan
precipitadamente el buque. Y se desataron las especulaciones, las
historias; cada vez más cargadas de tintes dramáticos y cada vez
más alejadas de la sensatez.
La primera teoría, la de una tormenta que arrojó a toda la
tripulación por la borda, fue rápidamente desechada. En el
bergantín no había señales de haber sufrido semejante
contratiempo, pues infinidad de objetos estaban en sus lugares
habituales.
Luego se habló de que la tripulación, habiendo tenido acceso al
contenido de la carga, en una borrachera colectiva y locos todos sus
sentidos, habían asesinado al capitán y a su familia, huyendo luego
en el chinchorro, pero a bordo no se encontró ni el más leve rastro
de sangre u otra señal de violencia.
Una tromba marítima había arrancado a todos los
tripulantes, llevándoselos por los aires y haciéndolos perecer a
todos. Era poco creíble, pero una teoría que podría funcionar para
los que estuviesen en cubierta y no para los que se encontrasen en
los camarotes. Además de que la disposición de todos los objetos de
a bordo estaba en perfecto orden.
Historias de monstruos marinos, más cercanas a
las antiguas teorías mitológicas, que a las realidades ya
contrastadas, corrieron de boca en boca, sin que se incorporaran a la
investigación por su falta de rigor.
La existencia de restos de un pequeño incendio,
favorablemente sofocado en la bodega, pudo haber sido la causa del
abandono. Muy posiblemente, la volatilidad de la carga, hizo que en
la bodega se crease una atmósfera inflamable que ante la presencia
de un pequeño incendio y el temor de que se propagase por todo el
barco, pudo hacer que la tripulación se viera en la necesidad de
abandonarlo aun de manera provisional, lo que lo demostraba el hecho
de que un chicote colgaba por la popa y que posiblemente a él estaba
atado el chinchorro a la espera de acontecimientos a bordo.
Posiblemente y por causas de la mala mar u otras desconocidas, se
rompió el cabo y el chinchorro quedó a la deriva, aunque es poco
posible que el capitán Briggs
no dispusiese de remos o un pequeño aparejo para gobernar el bote.
La familia Briggs
De la tripulación del Celeste
no se tuvo jamás noticias. Seguramente se los tragó la mar y
desaparecieron sin dejar rastro en el inmenso Océano. El hecho es
que desde ese día, el Celeste
pasó a engrosar la larga fila de “barcos
fantasmas”, cuyas historias
cuentan los marinos en las largas noches de abordo y de tabernas.
Unas se coronan de misterios y de leyendas espectrales, de castigos
divinos y de monstruosas intervenciones. Otras son más simples, más
sencillas, pero no por eso más dramáticas.
A todo este embrollo, vino a proporcionar mucha
más confusión un relato de Arthur
Conan Doyle, el célebre creador de
la figura de Sherlock Holmes
que escribió una ficción literaria sobre los acontecimientos a
bordo que fue tenida por verdadera.
La época no se daba mucho a la investigación y
pasó el tiempo y el incidente se olvidó o al menos quedó para
tertulia de marinos, porque lo cierto es que el 16 de mayo de 1873,
seis meses después de la tragedia un periódico de Liverpool publicó
que en un puerto de Asturias, unos pescadores habían arribado
remolcando dos balsas, una de la cuales tenía izada una bandera
americana y en ella había un cadáver. En la otra balsa había cinco
cadáveres más. ¿Pertenecían a la tripulación del Mary
Celeste? No se investigó nada.
El Mary Celeste
terminó su leyenda de una forma muy humana, mejor dicho, muy pegada
a la condición humana. Fue vendido en varias ocasiones y siempre por
debajo de su precio real. Su último propietario fue el capitán
Gilman C. Parker
que lo compro en 1884 y lo cargó con mercancías muy por debajo del
valor en que aseguró el bergantín. Su viaje postrero fue de Boston
a Haití, en donde encalló y salió ardiendo. Su propietario
pretendió cobrar el seguro, pero algo no cuadraba en los manifiestos
de carga y se vio envuelto en un proceso judicial que podía haber
terminado con la pena de muerte, que entonces castigaba este tipo de
delitos cometidos en la mar y del que lo salvó una muerte repentina.
¡Valgan la una por la otra!
Sus dos socios en el fraude también murieron, el uno loco en un
hospital y el otro se quitó la vida.
La maldición del Mary
Celeste les alcanzó a todos.
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