Publicado el 26 de julio de 2008
Al final de los años cincuenta, llegó a España un libro que
despertó una enorme curiosidad, a la vez que abrió grandes dudas
acerca de su contenido. ¿Era una novela? ¿Una biografía? ¿Una
obra divulgativa, quizás? Algunos lo leímos con verdadera avidez y
a casi nadie dejó indiferente aquel libro.
Su título era “El tercer ojo” y su autor Tuesday
Lobsang Rampa. Supuestamente, su autor contaba sus
experiencias en un monasterio del Tibet, al que fue enviado en una
existencia anterior, con la edad de siete años. En el curso del
relato, el autor narra su vida, explicando cómo estudió medicina en
China y cómo hubo de huir del Tibet tras la invasión comunista.
También describe una especie de operación, similar a una
trepanación que sufre y en el curso de la cual le abren un tercer
ojo, justo en la frente, que da a su propietario la virtud de la
clarividencia. Cuando su cuerpo ya estuvo muy ajado, por el paso de
los años, reencarnó en su actual identidad, conservando toda su
memoria de la vida anterior.
Portada del primer libro de
Lobsang Rampa
El libro tuvo una acogida excepcional y abrió en todo occidente una
ventana hacia las teorías budistas que se pusieron de moda de forma
inmediata. A aquel libro siguió “El cordón de plata”,
supuesto hilo que une a la persona con su alma. Luego, vino “El
médico de Lhasa” y después muchos títulos más, hasta
una veintena.
Su autor se hizo sumamente popular y vendió millones de ejemplares.
Las compañías editoras hicieron bien el marketing y ofrecieron la
historia de Rampa, un perfecto desconocido que se
presentaba como la reencarnación de un Lama tibetano. Todo parecía
ser perfecto. El nombre Tuesday, martes en ingles,
obedecía al hecho de que los aristócratas tibetanos iniciaban sus
nombres por el día de la semana en que habían nacido. Sus otros dos
nombres no podían ser más apropiados ni aportar una mayor carga de
exotismo y veracidad a la figura enigmática del autor.
Pasaron algunos años y la popularidad de Rampa iba en
aumento, lo mismo que aumentaban las oleadas de europeos fascinados
por el Tibet, las lamaserías, el budismo y toda la civilización
oriental. Ocurrió que de pronto surgió en el mundo un movimiento
que convulsionó a la sociedad, sobre todo en el segmento más joven
y que se denominó “movimiento beat” que, desde que
Jack Kerouac publicara su novela-manifiesto “On
the road” se identifica con la vida bohemia, la liberación
espiritual, el amor libre, la paz, las drogas psicodélicas y la
meditación trascendental. Todo el movimiento estaba muy relacionado
con las ideas aportadas por el lama tibetano Lobsang Rampa
y empezamos a conocer a Siddharta Gautama, y a
apasionarnos por las ideas que nos venían del inmenso y desconocido
continente asiático sobre la reencarnación, el nirvana y toda la
liturgia oriental. Conocimos el Mahabarata, el
Panchatandra y el Hitopadeza, el Kama
Sutra y el Aranga Ranga, libros milenarios que
había pasado desapercibidos, salvo para los estudiosos de las
religiones orientales.
Personajes famosos se hicieron fieles seguidores de Buda y se
trasladaron a vivir a las montañas del Tibet y de Nepal y todo
porque, unos años antes, Lobsang Rampa nos había
abierto los ojos hacia una filosofía de vida y costumbres que para
muchos resultó fascinante.
Fotografía de Lobsang
Rampa
No era la primera vez que occidente experimentaba una convulsión
así; ya en el siglo XIX una aristócrata rusa conocida como Madame
Blavatsky (de soltera Helena Petrovna Hahn) había fundado la
Sociedad Teosófica, inspirada por cierto Mahatma
al que había conocido en Londres, cuando viajaba acompañando a su
padre.
Con su sociedad bajo el brazo, viajó por el mundo hasta que se
afincó en los Estados Unidos, pueblo tan proclive a arropar
cualquier nueva religión, cuanto más extraña mejor, con la única
condición de que se le venda de forma interesante. La Teosofía
de Blavatsky y sus socios fundadores, se define como
una doctrina en busca de la sabiduría divina, la sabiduría oculta o
espiritual y sus seguidores afirman la existencia de valores eternos
y universales que se encierran tanto en el Sermón de la
Montaña, como en el Bhagavad Gita.
Impregnada de orientalismo, la Sociedad Teosófica
editó una revista que a día de hoy se sigue publicando y que caló
profundamente en los sectores progresistas e inconformistas
occidentales que ante el avance del positivismo y el materialismo, no
veían en las religiones occidentales ninguna alternativa
ilusionante.
Cabe a Lobsang Rampa el honor de haber descubierto lo
que él decía ser su mundo y que describía con una precisión y un
énfasis difícilmente superables, que atrapó a muchos.
Pero quiso su desgracia que cierto día, el fisco británico hubiese
de hacer un seguimiento a los efectivos devengados de las millonarias
ventas de aquellos libros y entonces se descubrió algo que había
permanecido oculto.
Tuesday Lobsang Rampa, no existía. Era el seudónimo
que había utilizado un ciudadano británico, nacido en Devon y
llamado Cyril Henry Hoskins. Era un triste oficinista,
hijo de un simple fontanero y no había salido jamás de Gran Bretaña
y mucho menos, había vivido en el Tibet. Cierto día, cansado de su
monotonía, se afeitó el cráneo, se hizo llamar “Kuan Suo”
y empezó a escribir sobre su vida de lama.
Las alarmas se dispararon ante el flagrante descubrimiento de un
engaño mayúsculo y todos los que supuestamente se habían
beneficiado de los ingresos editoriales de aquel fenómeno literario,
empezaron a excusarse, a esconderse tras los cortinajes que ocultaban
el fantástico personaje que al final resultaba ser un timo.
Uno de sus primeros editorialistas llegó a confesar que había
sospechado de él casi al principio de conocerlo, pues en el curso de
una conversación previa a la firma de un contrato para la
publicación de su primer libro, había confesado que no le gustaba
el arroz. Para un tibetano, confesar que no le gusta el arroz, que es
la base fundamental de su alimentación, es decir una herejía de
tamaño natural, pero aun así, la editorial le publico el libro.
Otro de los empresarios, envió copias del manuscrito a diversos
expertos, incluso residentes en el propio Tibet. Uno de ellos
concluyó, tras la lectura de El tercer ojo, que su autor no era
tibetano; otro de los expertos fue más allá y dijo que el que había
escrito aquello no había estado jamás en el Tibet, pese a que la
obra empieza: “Soy tibetano, uno de los pocos que ha llegado
a este extraño mundo occidental”.
Por aquellas fechas se encontraba en Gran Bretaña Heinrich
Harrer, cuyo nombre puede no decir mucho, pero es el
personaje a quien Brad Pitt dio vida en la famosa
película “Siete años en el Tibet”. Harrer
leyó los manuscritos e inmediatamente captó el fraude. Propuso a
Rampa celebrar una entrevista para hablar sobre el
Tibet, naturalmente en tibetano y el autor declino el ofrecimiento so
pretexto de que en la transmigración, su alma había sufrido un
trauma que le había hecho perder el conocimiento de su vernácula
lengua.
Harrer y el Dalai-Lama en
2005
Por último, otro editor le soltó una frase en tibetano aprendida de
memoria que Rampa escuchó sin entender ni inmutarse. Cuando se le
hizo saber el desliz cometido, fingió un desmayo como consecuencia
de alguna actividad cósmica que mantenía en aquel momento y que le
había impedido entender su propia lengua.
La prensa británica había encontrado un filón, tratando de
desbaratar la figura que Rampa se había montado y no
cesó en sus ataques personales contra el supuesto Lama tibetano,
hasta conseguir que huyera a Irlanda y posteriormente a Canadá, en
donde murió en la ciudad de Calgary.
Philip Porter, luchador de artes marciales,
orientalista, periodista y escritor estadounidense llegó a decir de
este fenómeno literario: “No pienso que fuera cien por cien
auténtico, pero no hay duda de que fue alguien extraordinario”
Y en eso hemos de estar de acuerdo. Aun sabiendo que su producción
literaria es producto de la ficción y que engañó al público de
una forma poco honesta, no se le puede negar el valor extraordinario
que tiene su obra, que sin que sea fruto de su estudio, de su
experiencia o de sus conocimientos, incluye sus ideas personales, sus
reflexiones sobre la cultura oriental y más concretamente las
relacionadas con el budismo, haciéndola tan atractiva al lector de
todo occidente, que cuando se conoció su falacia, la tristeza que
acongojó algunos corazones fue como la de descubrir que tu novia, a
la que tanto querías, te había sido infiel.
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