Publicado el 19 de julio de 2008
Hace muchos años ya, en mis tiempos de estudiante de bachiller, me
tropecé con un libro que mi padre había comprado el mismo año de
mi nacimiento, 1946 y cuyo título y autor me produjeron una gran
sorpresa.
El libro, de la famosa Colección Austral, de Espasa Calpe, se
titulaba: “La ciencia y la técnica en el descubrimiento de
América” y su autor era Julio Rey Pastor.
Casualmente Rey Pastor y Puig Adam eran los autores de
los libros de Matemáticas con los que estudiábamos los españoles
de la época.
Como es natural, absorbido por la curiosidad de que un matemático
pudiese escribir un libro que no fuera de números, me leí el libro
con mucho interés. Pasado el tiempo y al faltar mi padre, aquel
libro, junto con muchos otros, fue a parar a mi casa. Desde hace
años, en momentos de ocio, suelo ojear alguna de sus páginas
abiertas al azar y siempre que lo hago me llevo alguna sorpresa.
La última me ha resultado especialmente inquietante, y lo explico.
Fue al leer el Capítulo IV, que se titula: “Leyenda Negra y
Leyenda Rosada”. No recordaba de manea especial ese
capítulo y su relectura me dejó cierto desasosiego. Viene a decir
su autor que tanto una leyenda como la otra, han hecho un daño
irreparable a España. Lo explica y fundamenta y, al final, hemos de
coincidir con Rey Pastor en que, desde luego, los
españoles ni éramos apreciados ni sabíamos vendernos. Por supuesto
que es referido a todo lo que guarda relación con el descubrimiento
de América, pero a mi manera de ver es extrapolable a
cualquier otra situación.
Julio Rey Pastor
La cosa empezó cuando empezara, posiblemente desde que Europa
empezó a darse cuenta de que los vecinos del sur, esos que acababan
de salir de la prehistoria y que se habían sacudido el yugo
sarraceno hacía dos días, descubrían un continente, adentrándose
más allá de la “Zona Perusta” y “El mar Tenebroso”
con un arrojo y valentía digna de todo encomio y admiración. Pero
fue en 1782 el momento en que, dice Rey Pastor, Nicolás
Masson de Morvilliers lanzó la insidiosa pregunta: “¿Qué
ha hecho España…
¿Quién era este individuo que así nos trataba? ¿Qué derecho le
asistía para lanzar semejante dardo envenenado? Pues no era nadie;
vamos, nadie en especial. Era uno más de los que intervieron en la
redacción de “Enciclopedia Metódica” que
dirigieron Diderot y D’Alambert y en la
que contribuyeron Rousseau, Voltaire y otros. Masson
estudió leyes en París, pero nunca ejerció su oficio y se dedicó
a servir como secretario al Gobernador de Normandía.
La Enciclopedia Metódica fue acogida con gran júbilo
por la intelectualidad europea, no así por las monarquías, la
Iglesia y algunas otras entidades. Casi se llegó a prohibir en
Francia, en donde Madame Pompadour fue su mejor
avalista. Pero lo que en principio era el compendio del conocimiento
mundial, poco a poco se fue desvirtuando, al encontrarse errores de
concepto importantes y, lo que es más grave, errores del editor, que
manipuló cosas a su gusto con el fin de evitar la censura.
D’Alambert deserta del proyecto y Diderot
se pilla un rebote monumental –como se diría hoy- cuando consulta
algunos de los textos ya publicados.
Años más tarde, un librero parisino llamado Panckoucke,
revisó y reeditó por completo la obra, dándole mucho más rigor
científico.
Pero así y todo, Masson se pregunta qué ha hecho
España por Europa y la mera pregunta levanta ampollas, a la vez que
fomenta la leyenda negra. Para vindicar nuestra
aportación al mundo, hubo quien se dedico con denuedo a lavar
nuestras conciencias presentando una idílica situación que da pie a
la creación de otra leyenda, la leyenda rosa que nos
hace tanto o más daño que la primera porque su carácter poco
científico y menos metódico, era fácilmente comprobable y
desechable.
A esa leyenda negra, personajes de las letras como H.G. Wells,
han contribuido con frases como esta, que recoge Rey Pastor
en su libro: «Fue una desgracia para la
ciencia, que los primeros europeos que llegaron a América fuesen
españoles sin curiosidad científica, los cuales sólo tenían sed
de oro, y, movidos por ciego fanatismo, todavía exacerbado por una
reciente guerra religiosa, solamente hicieron muy pocas observaciones
interesantes sobre las costumbres e ideas de estos pueblos
primitivos. Los asesinaron, los robaron, los esclavizaron, pero no
tomaron ninguna nota de sus costumbres».
Tan falso como los argumentos de sus obras La guerra de los
mundos o El hombre invisible, pero el daño
está hecho.
Lamentablemente la caja de los truenos no la abrió Massón.
Ya la había abierto mucho antes el Barón de Montesquieu
que nos adjudicó los primeros calificativos para abrir la leyenda
negra sobre España, cuando en la Carta LXXVIII de su
obra Cartas Persas, incluye una crítica feroz,
acusándonos incluso de gustar que nos quemen en las hogueras de la
Inquisición: “Los
españoles que la Inquisición no quema son tan afectos a ella, que
sería chasco el quitársela”, por no hablar de
otras críticas literarias de la que salva solamente El Quijote
y ello para demostrar que todo lo demás no vale nada; eso, cuando no
arremete contra nuestro carácter o costumbres, al decir: “Porque
es preciso saber que cuando un hombre tiene cierto mérito en España,
como el de poder añadir a las calidades que llevo dicho la de ser
dueño de una espada larga o de haber aprendido de su padre el arte
de hacer rabiar una disonante guitarra, ya no trabaja más”.
Y para terminar, aunque la carta sigue, el nexo con lo que es el tema
de este artículo: “Han hecho
inmensos descubrimientos en el nuevo mundo, y no conocen su
continente”.
Se ha atribuido al gaditano José Cadalso, que murió
en la defensa del sitio de Gibraltar en el mismo año en el que
Masson de Morvillier lanzaba sus puyas contra España,
una contestación a Montesquieu a través de una obra
titulada “Defensa de la nación Española contra la carta
persiana LXXVIII”. Débil alegato de inocencia hecho por un
abogado neófito, contra un consumado autor.
Qué se podía pensar en aquellos tiempos del descubrimiento y
respecto de la ciencia, cuando aún se discutía la redondez de la
tierra o del globo de los cielos, o de la imposibilidad de que en las
antípodas pudiera vivir nadie porque por pura lógica, no se podría
posar sobre la tierra, estando como estaban cabeza abajo. En fin, una
serie de inexactitudes que el tiempo y los descubrimientos se
encargan de ir colocando en su lugar, pero a lo que no es ajeno
ningún país del mundo civilizado.
Demostración medieval de
la imposibilidad de vivir en las antípodas
Copérnico fue prohibido por el Índice hasta que modificara su
libro, así como cualquier otro autor que mantuviese el movimiento de
La Tierra. Y eso era en 1616, el mismo año en que morían Cervantes
y Shakespeare y nos dejaban obras que aún hoy son de actualidad.
España no hizo nada más que lo que muchos otros países han hecho
en las tierras por ellos descubiertas, pero eso sí, lo hemos dado
todo y de todos lados hemos salido mal parados. Nuestros intentos de
mejorar la imagen se han reñido con la sensatez, como dice Rey
Pastor respecto de la obra que el conde Floridablanca
encargó al pseudo ilustrado español Juan Pablo Forner
que recibió el pomposo titulo de: Oración apologética por la
España y su mérito literario; que le valió la inmediata
sátira de otro ilustrado, León de Arroyal que le
dedicó la parodia Pan y Toros, burlándose de los
planteamientos de Forner. Y es que el valido de
Floridablanca no defiende nuestra ignorancia, sino que
la atribuye a la pluma de los demás y así no vamos a ninguna parte.
En vez de enfrascarnos en apologías y defensas perniciosas, ¿por
qué no devolverles la misma pregunta? ¿Qué ha hecho Europa por
España? Señalarnos como el adefesio del continente, avergonzarse de
nuestra vecindad, expoliar nuestro territorio, apresar nuestros
barcos, despojarnos de nuestras riquezas justamente obtenidas y
nombrar Lores a los piratas que más barcos nos capturaban,
hostigarnos en todo el mundo y en fin, invadirnos o bloquearnos cada
vez que han podido.
Años después del descubrimiento de América, Magallanes
primero y Elcano después, completan la vuelta al
mundo, del que desde entonces no cabe ninguna duda de que debe ser
redondo. Ya está descubierta América, la Tierra es redonda y las
demás naciones de Europa se dedican a fastidiarnos en el Nuevo Mundo
que es nuestro porque nosotros lo hemos descubierto e incorporado a
nuestra corona, como venía siendo la tónica habitual de la época y
dejan otro medio mundo por descubrir, porque Australia y las inmensas
islas de los alrededores no se descubren sino trescientos años más
tarde (1778).
¿Y qué han hecho los ingleses en Nueva Gales del Sur?
¿Qué pasó con la población aborigen? De eso es mejor no hablar,
porque ellos no hablan, como no hablan de la Guerra de la Oreja
de Jenkins, que perdieron estrepitosamente frente a España,
o la derrota de Nelson en Tenerife, en donde perdió un
brazo.
Tampoco hablan los franceses del lugar en que Napoleón
perdió su imbatibilidad que no fue otro que en Bailen,
en donde el General Castaños hizo ver al mundo que los
ejércitos de Bonaparte podían ser vencidos.
Pues de lo que no se habla, simplemente no existe.
Los necios somos nosotros que tampoco hablamos de eso. ¡A ver cuándo
aprendemos!
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